Uno de los mantras de estos tiempos -y de todos, sospecho-, es el de la riqueza como inevitable compañera del mal, topicazo invariablemente aparejado a otro no menos extendido e infundado: la pobreza como compañero inseparable del bien. El famoso mito del rico malo y el pobre bueno.

             El axioma no resiste el menor análisis empírico. Hay exactamente la misma cantidad de personas buenas -como de personas malas- entre ricos que entre pobres: riqueza y bondad no son factores vinculados por una relación causa-efecto.

             Denunciado el absurdo axioma del rico-malo frente al pobre-bueno, la triste o no tan triste realidad de la sociedad humana y de la dinámica histórica demuestra que la única manera de acometer los grandes proyectos humanos –económicos, urbanísticos, artísticos, científicos- es que se produzcan concentraciones de riqueza en manos de personas emprendedoras, lo que convierte al rico, cuando bueno, en doblemente bueno.

             Reconozcámoslo como es: la identificación de la pobreza con la bondad y de la riqueza con la maldad sólo es un subproducto residual -y por cierto, altamente dañino para la especie humana- de la envidia.

             Elevemos pues nuestras preces por lo único que realmente importa: que haya muchos ricos y que sean todos buenos.

             Que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos.

  

            ©L.A.

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