"Hay que contarlo a la gente..." Es la frase que el pediatra en el servicio de urgencias del hospital me decía ayer. Acababa de salir de la UVI, y había pasado la mañana sacando adelante dos bebés gemelos recién nacidos que no pesaban más de 700 gramos cada uno. Los próximos cuatro o cinco meses los médicos y las enfermeras de la UVI de neonatos de este hospital van a desvivirse, quitando horas al sueño, por sacar adelante a estos dos seres humanos con vida.  "¡Qué contraste!" comentaba. Bebés iguales a estos son abortos. Mientras unos médicos los matan impunemente, otros ponen todos sus desvelos por sacar adelante estas vidas tan deseadas, fruto del amor de unos padres, y esperanza de familia. Unos han vendido su vocación por unas monedas, mientras otros, no sin esfuerzo, permanecen fieles a ella y a los valores que encarna esta profesión desde tiempos antiguos. Este pediatra del que os hablo salía traspuesto de la UVI; su persona traslucía la entrega de horas a esos recién nacidos, lo más puro que hay sobre la tierra. Se le veía luminoso. A mi parecer, era la luz con la que los recién nacidos le habían agradecido su dedicación.
Personas así, que pasan el domingo en la soledad silenciosa de un hospital son esperanza firme y segura en esta sociedad.

Para los demás nos queda el poder de la oración, también inmenso.