Los días 2, 3 y 4 de abril, es decir, en plena Semana Santa, curiosa paradoja, ha tenido lugar en la ciudad argentina de Mar de Plata el II Congreso nacional de ateísmo, congreso que ha reunido un aforo de unas cuatrocientas personas tildado por los medios afines de “nutrido”, como si de tal pudiera definirse la afluencia de cuatrocientos seres a evento alguno. Sólo una mala película en un pueblo de cinco mil habitantes, podría reclutar durante un fin de semana el doble de público, y ello sin publicidad alguna.
 
            Soy amigo de una persona que tuvo ocasión de tratar con cierta cercanía al fallecido alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván, un reputado “no creyente” que, sin embargo, recordarán Vds., colocó el crucifijo en lugar bien visible de su despacho en el Ayuntamiento de Madrid cuando fue alcalde de la capital, cosa que hizo, según dijo, en homenaje no a una fe de la que carecía, sino a unos valores en los que sí creía y que según él, se encarnaban en el crucifijo. Pues bien, a esta amiga mía, le llamaba la atención que Tierno siempre se declarara agnóstico y nunca ateo, y un día le preguntó la diferencia entre lo uno y lo otro. El alcalde de Madrid, por cierto, doctor en filosofía y catedrático de derecho político en una Universidad, la de Salamanca, muchos años regida por uno de los más grandes y desesperanzados agnósticos del siglo, Unamuno, le respondió algo así como lo siguiente:
 
            “Agnóstico es el que reconoce no saber si Dios existe; ateo es el que afirma que no existe”.
 
            Sutil diferencia.
 
            Me llama mucho la atención la combatividad, cuando no beligerancia, que observo últimamente en el ateísmo, una posición que tradicionalmente se ha mantenido en el plano de la intimidad y el respeto a los demás. Piensen Vds. en las múltiples campañas publicitarias que, pagadas nadie sabe con qué fondos, se realizan en todas las ciudades del mundo –del mundo cristiano, por cierto, todavía estoy esperando ver una de esas campañas en una capital musulmana- con lemas como “Dios no existe. Sé feliz”.

            No veo en qué manera a una persona que no cree en Dios le puede molestar que otro sí crea, ni cual es la ventaja que puede obtener uno que no crea en conseguir que deje de hacerlo el que sí cree. A no ser que de lo que se trate no sea de combatir la fe de las personas, sino determinadas instituciones cuya existencia molesta. Entonces sí, entonces sí entiendo a qué tanta beligerancia, y hasta puede que sea más fácil entender quién financia las campañas. Pero en ese caso, yo preferiría que en vez de presentarse como ateos, los que tal fe profesan se presentaran como lo que verdaderamente son, y nos dijeran con franqueza, por cuenta y en nombre de qué iglesia actúan.