Es solo una imagen, pero es de esas imágenes que justifican ese oxímoron de la “sana envidia”.

Se trata de una cúpula que reproduce una noche estrellada. Se encuentra en el techo del baldaquino de la nueva iglesia de Nuestra Señora del Rosario en Greenville, Carolina del Sur. Pero lo mejor viene ahora: representa el cielo que se podía ver en Lepanto la noche del 7 de octubre de 1571.

Sana envidia porque hay lugares donde, en el año 2022, aún son capaces de construir iglesias bonitas, iglesias pensadas para dar culto a Dios, para rezar, para empezar a vislumbrar lo que será el cielo. Tras vagar por decenas de iglesias feas, sin alma, minimalistas unas, brutalistas las otras, apoteosis del hormigón y del arte abstracto, saber que la Iglesia todavía es capaz de edificar iglesias bellas, aunque sea lejos de aquí, te levanta el ánimo.

Pero sobre todo sana envidia porque en Carolina del sur sean tan conscientes de la importancia, de la grandeza, de lo que sucedió en Lepanto. Sin Lepanto, miles de cristianos habrían sido esclavizados, sin Lepanto el Islam hubiera seguido ahogando a la Cristiandad, sin Lepanto la Iglesia hubiese corrido serio peligro. Es lo que vio el Papa, es lo que vieron tantísimos cristianos, que invocaron a la Virgen en este vital trance. Es lo que también saben estos católicos de Carolina del Sur y lo que muchos de nosotros, descendientes de quienes combatieron aquel trascendental día, hemos olvidado.

Decía San Pablo que esperaba que la visión de los gentiles recibiendo lo que estaba destinado al pueblo elegido les moviese a reconocer a Jesucristo como el Mesías esperado. Ojalá la visión de estos norteamericanos nos mueva a valorar hitos de nuestra historia de tanta trascendencia para la humanidad entera como lo feu Lepanto.