El paseo, nocturno, como una de las bellas artes, por precisar. Es muy difícil pintar la noche. Solo Van Gogh lo consiguió. Quizás ahora el ruso Danchev, de la escuela de Petersburgo, se aproxima a ese misterio de oscuridad y de luz. La noche tiene un prestigio bohemio exagerado y, por tanto, falso. La noche es bella porque en ella sale la luna, que es una luminosa metáfora de la Verdad, ahora brillante y bien visible, ahora oculta o medio oculta, ahora creciente como la vida de un niño y ahora menguante como la de un anciano; la luna, como la verdad, está ahí la veamos o no; la verdad puede parecer circular o redonda, pero en realidad es poliédrica y tiene muchas caras; es una, como la luna, soy mal poeta, ya se lo dije, pero es múltiple en sus fases y en su revelación; es frágil porque una simple nube la puede ocultar; y es débil porque no puede defenderse de la nube; la verdad, cuanto más elevada, más débil; cuanto más débil, más oculta; la verdad, como la luna, no grita, ni clama, ni se impone: está ahí, simplemente, porque la verdad es simple y sencilla. Por eso se oculta a los sabios y prudentes y se revela a los niños y a los locos que pasean, como Walser. La noche, pues, envuelve a la Verdad y la protege de miradas indiscretas, de curiosos profanos y profanadores, como protege también la noche a los amantes con el velo apasionante del pudor: la intuición que enciende los amores carnales y espirituales no es transparente, sino que es clara, claridad a media luz, a media luz los dos, ya saben. Solo la noche puede unir los dos extremos del exceso y el desvarío a la intimidad de la vigilia orante. Del éxtasis de Baco y de Venus, al éxtasis del monje orante en vigilia vigilante. La noche es del “Cantar de los Cantares” tanto como del Kama Sutra, porque la ternura tiene un origen espiritual ajeno a este mundo metálico y sucio. La ternura es creativa y dulce como una oración, como el acceso místico del descanso espiritual y la llama atenta, inmóvil, perenne, del viento que sopla donde quiere: la quietud precede a la acción y solo la acción que vuelve a la quietud expande la verdad por el mundo oculto de la noche -crece la semilla humilde oculta, sin gritar, mientras nosotros dormimos-. La noche es la profecía de la resurrección, y por eso es el presagio del infierno: amanecer vivos o amanecer muertos, con resaca de polvo y de licores, amargos ahora como el dolor del alma.