Sabemos que el Rey no tiene facultades para suprimir una ley ni para introducirla. En cuanto a la firma de la ley sobre el aborto por parte de Su Majestad, veo que no están de acuerdo algunos que he consultado sobre si tiene o no, potestad para sancionarla o rechazarla y por tanto, sobre las consecuencias que hubiese tenido su negativa a firmarla.

Prescindiendo de esto y de si su firma supone o no, una aceptación personal de la ley, creo que se ha perdido una ocasión extraordinaria para dar a los españoles y al mundo entero un ejemplo de coherencia cristiana.

Las palabras con que se sanciona la ley son las siguientes: «Sabed: Que las Cortes Generales han aprobado y Yo vengo en sancionar la siguiente ley orgánica... Por tanto, Mando a todos los españoles, particulares y autoridades, que guarden y hagan guardar esta ley orgánica».

Desde luego que muchísimos españoles, y yo estoy con ellos, ni la guardarán ni la harán guardar, pase lo que pase, por mucho que se empeñe el Gobierno. A nadie pueden obligar a cometer un crimen. La respuesta lógica es la desobediencia civil.

Pero, por respeto a la verdad y al Rey quiero manifestar dos supuestos:

Primero: Si entre las competencias del Rey está el que la ley necesita de la sanción real como necesita del voto de la mayoría de los diputados para que tenga validez, de manera que si no firma queda anulada la aprobación del parlamento y habría que empezar de nuevo para vertebrar otra ley, al haberla firmado, su situación desde el punto de vista moral, es la misma que la de los legisladores que aprobaron la ley: exclusión de la comunión sacramental hasta que se arrepientan públicamente porque ha sido público el pecado.

Segundo: Si, por el contrario, el sancionar una ley con su firma es un acto formal al que no puede negarse, como podría ser algo así como levantar un acta notarial de la aprobación de la ley por el parlamento, no quedaría privado de la comunión.

Incluso en este segundo supuesto, tratándose de una ley que permite el asesinato de miles y miles de seres humanos inocentes y todavía no nacidos, pasase lo que pasase y tuviese las consecuencias que tuviese, hubiese sido todo un gesto valiente y elegante de un rey católico el negarse a firmarla.


Puede que hubiese perdido muchas cosas, incluso, en el peor de los casos, puede que la corona, pero qué es eso comparado con los miles de vidas que se hubiesen podido salvar, aparte de que se hubiese podido granjear el aprecio y admiración de millones de españoles que rechazan esa ley absurda que concede a las madres el derecho de suprimir la vida de sus propìos hijos sin más. Ha sido una gran ocasión perdida.


Acabo de leer en la página digital «Religión en Libertad» lo siguiente: José Luis Rodríguez Zapatero ha dejado claro qué piensa de quienes se oponen a su ley del aborto: son unos hipócritas y unos fanáticos religiosos. «Sólo la hipocresía o el intento de convertir determinadas convicciones religiosas en normas cívicas universales» permitían negar la necesidad de la norma, proclamó el presidente del Gobierno este sábado.

Creo, Sr. Zapatero, que sus palabras son un insulto a millones de españoles que pensamos que la ley sobre el aborto, recientemente aprobada, permite lo que podríamos calificar como una cacería de seres humanos indefensos e inocentes. Lo que no sé es qué calificativo deberíamos darle a Ud. al permitir que las madres puedan matar, sin más, al hijo que llevan dentro.

Porque si Ud. admite que nadie es dueño de la vida de nadie y que lo que lleva dentro la madre no es un tumor sino un hijo (a no ser que admita lo que dijo su ministra Sra. Aído que lo que lleva dentro es un ser vivo pero no un ser humano, por ejemplo, es un suponer, un cabritillo) y si la supresión de una vida humana es un crimen, no me explico cómo Ud. haya sido capaz de abrir la veda para que puedan matar a seres humanos. Seguro que la Historia le juzgará como un nuevo Hitler, porque es peor lo que Ud. va a permitir hacer con esa ley, que lo que hizo personaje tan macabro. ¿Es consciente de que en su argumentación no alude para nada a la dignidad del ser humano ya concebido, aunque todavía no nacido?

Señor Zapatero, como ve, de hipócritas, nada; Lo decimos con toda claridad. Y de que queremos convertir en normas cívicas universales, determinadas convicciones religiosas, nada de nada tampoco. Nos movemos claramente dentro de los derechos humanos básicos y evidentes como es el respeto al derecho a la vida.

Le aseguro que esa ley no durará. Es tan inicua, absurda y violenta que, repitiendo el dicho romano podemos decir: «Nihil violentum durabile». Ni la revolución rusa ha durado ni el mantenimiento de esta ley durará mucho tiempo.

Sería conveniente que los presidentes de los partidos políticos que estuviesen dispuestos a abrogar esa ley, lo manifestasen para saber a qué atenernos en próximas elecciones.

José Gea