CÓMO VENCER AL DIABLO

Escritores cristianos de primera hora consideraron al demonio como el mono de Dios, porque hace ciertos prodigios imitando los Milagros de Dios, aunque movidos por odio y no por amor, son esclavitud en vez de liberación.

 Noviembre es un mes para levantar la mirada hacia el Cielo y crecer en la esperanza en la vida y más de la muerte. Por eso dedicamos estos días a crecer en el trato con los santos y con las almas del Purgatorio, en la medida que ponemos ante la misericordia de Dios a los seres queridos que aún necesiten de nuestros sufragios. La Iglesia Madre dedica el primer día de noviembre a reconocer en los santos canonizados o no como espejos del amor de Dios. Y el segundo día a recordar a los difuntos y por eso los visitamos en los cementerios. Esto nada tiene que ver con fiestas de los muertos, del culto a la muerte, o el Halloween.

Terminemos estas consideraciones sobre el demonio, el infierno, sus actividades malignas y sus tentaciones. Advertimos además que uno es al tentador y padre de la mentira y del odio sin olvidar que hay muchos demonios. En esta ocasión acabamos recordando los medios que los hijos de Dios tenemos para vencerlos.

Varias tentaciones 

En sentido genérico se entiende por tentación toda solicitación de la voluntad para que realice un acto contrario a la virtud. La tentación procede del mundo en cuanto se opone a Dios en diversa medida, del demonio o tentador y de la carne o concupiscencia; sin embargo, ninguno de ellos puede obligar a la voluntad a pecar: no podemos eludir la responsabilidad personal en nuestros pecados.

Ante la tentación hay que reaccionar con la serenidad de un hijo de Dios, aprovechándola para crecer en humildad y en caridad. Sería necio negar que el demonio puede causar graves molestias, pero también lo sería entregarse como un conejo aterrorizado, porque no puede dominar a los que sinceramente viven para Dios; puede, sí, combatirlos, pero no derrotarlos porque con la gracia divina vencen y se santifican.

 El tentador como serpiente

El demonio viene a tentar unas veces como serpiente, cuando siembra dudas e inquietud en nuestra inteligencia, para que se quede en tinieblas sin la luz de la fe. Entonces has de reaccionar con prontitud haciendo actos de fe: “Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”, o bien “Sé que estás en la Eucaristía con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad”; “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”; “Santa María, Auxilio de los Cristianos, ruega por mí”, etc.

Éste es el testimonio de un alma santa, Francisca Javiera del Valle, que sufrió la dura prueba de la tentación contra la fe pero no consintió en ella: «Según enseñanzas de nuestro inolvidable Maestro, (el demonio) se propone arrancar de nosotros las virtudes teologales. Pero donde va directamente a poner el blanco es en la fe, porque conseguida ésta, fácil cosa en conseguir las otras dos; porque la fe es como el fundamento donde se levanta todo el edificio espiritual, que él quiere y desea y pretende destruir (...). Cuando Satanás ya se acerca a la pelea, lo primero que echamos de menos es la luz clara y hermosa que nos había Dios dado, para con ella conocer la verdad. (...) ¿A qué compararé yo este estado? Nada hallo, si no es a esas noches de verano, en que se levantan de repente esos nublados tan fuertes y horribles, que por su oscuridad tenebrosa nada se ve, sino relámpagos que asustan, truenos que dejan a uno temblando, aires huracanados, que recuerdan la justicia de Dios al fin del mundo, el granizo y piedra, que parece que todo lo va a destruir.

»No hallo cosas a qué poderlo comparar: sola, sin su Dios, siente venir a ella como un ejército furioso, que la gritan que está engañada, que no hay Dios, y la cercan por todas partes, llenos de retórica que la dan conferencias, sin ella quererlo, pero no la dejan un punto, y con razonamientos tan fuertes y violentos, que a la fuerza la quieren hacer creer que no hay Dios (...), así el alma sin voz, y tartamudeando, como que atinó a decir: me uno a las creencias todas de mi Madre la Iglesia y no quiero creer ninguna cosa más. 

El tentador como león

Otras veces experimentamos que Satanás ataca más fuerte como un león rugiente agitando las pasiones, sublevando la soberbia o la impureza..., y es preciso entonces rechazar con firmeza esa tentación, sin dialogar ni concederse nada. Es el momento de impedir un juicio temerario, de apartar la vista o cortar tajantemente la sensación impura, o frenar la indignación y la ira. Consiste ese rechazo generoso en levantarse, aprovechar bien el tiempo, poner los cinco sentidos en lo que hacemos, en buscar compañía, en marcharse de un sitio..., siempre acudiendo a la intercesión de la Santísima Virgen.

 Pero ¿y si las tentaciones vienen porque yo las busco? Porque puede ocurrir que una persona sea cómplice del comienzo mismo de la tentación, cuando ya sabe el peligro que corre y no hace caso de malas experiencias anteriores. Porque podría constituir una ocasión próxima y voluntaria de pecado, que ya es pecado. Además una actitud semejante revelaría síntomas de tibieza espiritual, que viene a ser como una obstrucción de los caminos del alma producida por la acumulación de pecados de omisión no confesados y faltas de generosidad, que impiden circular por ella libremente las aguas limpias y refrigerantes de la gracia. Por eso el demonio suele poner más empeño en apartar a la gente piadosa de la virtud que en arrastrarlas abiertamente al vicio.

 La complicidad de que hablamos puede venir también de falta de sinceridad con uno mismo, auto engañándose en lo principal de las intenciones y deseos con peligro de que la propia conciencia se vaya deformando, hasta afirmar descaradamente que no es pecado lo que sí es pecado. Finalmente, la complicidad puede proceder de la soberbia de quien no quiere reconocerse muy débil y hecho del mismo barro que los más miserables de los mortales. Por ello debería sentirse necesitado de cautelas y cuidar no romperse derramando la gracia recibida.

 Considerando más en particular las tentaciones contra la castidad, y la posible complicidad interior, es fácil hacer un breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy breve resumen de las armas aconsejadas para ser muy sinceros y vencer en estas batallas. Lo señala un documento de la Iglesia: «deben emplear los fieles los medios que la Iglesia ha recomendado siempre para mantener una vida casta: disciplina de los sentidos y la mente, prudencia atenta a evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios y proponerse como modelo la vida de los santos y de aquellos otros fieles cristianos, particularmente jóvenes, que se señalaron en la práctica de la castidad » (Declaración Persona humana, n. 12).

Tal como recoge el evangelio de Marcos, con palabras de Jesús: «Lo que del hombre sale, eso es lo que mancha al hombre, porque dentro del corazón del hombre proceden los pensamientos malos, las fornicaciones, los hurtos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las maldades, el fraude, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez, la insensatez. Todas estas maldades del hombre proceden y manchan al hombre» (Declaración Persona humana).

 El buen combate cristiano

Esta vez será san Pablo quien aconseja en su carta a los de Éfeso cómo luchar y vencer las tentaciones: «Echad mano de la armadura de Dios – escribe San Pablo –, para que podáis resistir en el día malo, y, tras haber vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, firmes, ciñendo la cintura con la verdad, y poniéndoos la coraza de la justicia, y calzándoos los pies, prontos para el evangelio de la paz; embrazando en todo momento el escudo de la fe, con el cual podáis apagar todos los dardos inflamados del maligno. Tomad el casco de la salvación y la espada del Espíritu, esto es, la palabra de Dios. Con toda clase de oraciones y súplicas, orad en toda ocasión en el espíritu, y velad unánimemente con toda constancia».

 Para vencer en esta lucha el Señor nos enseñó a pedir todos los días en el Padrenuestro el “líbranos del mal”: y así el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que: «En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. “El diablo (dia-bolos, en griego) es aquel que “se atraviesa” en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo» (Catecismo, n. 2851).

Con la tentación que insidia el demonio, y que a veces facilitan nuestras concupiscencias, Dios envía siempre gracias más que abundantes para vencer en contienda espiritual, que siempre habrá de mantener con serenidad y fortaleza. También Dios está contigo cuando arrecia la tentación: por los medios sin caer en tontas ingenuidades y vencerás.

 El uso del agua bendita

La gracia divina no falta cuando ponemos los medios adecuados, aunque para los ojos humanos parezcan insignificantes. Para librarse del influjo diabólico los santos han empleado también el agua bendita, que es un sacramental. Santa Teresa decía que «De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que hayan más (los demonios), para no tornar: Debe ser grande la virtud del agua bendita; para mí es particular y muy conocida consolidación que siente mi alma cuando la toma (la utiliza). (...) Estando en un oratorio, habiendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas, que están al fin de él, el demonio se me puso sobre el libro para que no acabase la oración; yo me santigüé y fuese. Volviendo a comenzar, se tornó. Creo fueron tres veces las que la comencé, y hasta que eché agua bendita no puede acabar» (Santa Tersa de Jesús, Libro de su vida, cap 31).

El agua  ritualmente bendecida nos recuerda a Jesucristo que se dio a sí mismo el apelativo de “agua viva” hablando con aquella mujer de Samaría, instituyó para nosotros el bautismo de Salvación, y también expulsó con plena autoridad a los demonios. El agua puede bendecirla el sacerdote con esta oración: «Bendito seas, Señor, Dios todopoderoso, que te han dignado bendecirnos y transformarnos interiormente en Cristo, agua viva de nuestra Salvación; haz, te pedimos, que los que nos protegemos con la aspersión o el uso de esta agua sintamos, por la fuerza del Espíritu santo, renovada la juventud de nuestra alma y adelantemos siempre en una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor».

Oración a san Miguel Arcángel

La fe hará que nos mantengamos seguros en medio de cualquier tentación, firmemente apoyados en la solidez inexpunable de la Iglesia, que lucha eficazmente contra el poder del diablo. Mucho puede ayudarnos la oración al Arcángel San Miguel, compuesta por el Papa León XIII en circunstancias verdaderamente especiales, según expresaba un colaborador suyo:

Una mañana el gran Pontífice León XIII había celebrado la Misa y estaba asistiendo a obra de acción de gracias, como solía hacer. De repente se le vio enderezar enérgicamente la cabeza y luego mirar fijamente por encima de la cabeza del celebrante. Miraba fijamente, sin parpadear pero con una expresión de maravilla y de terror, cambiando de color y de expresión. Alguna cosa extraña y grande le sucedía... Finalmente, como volviendo en sí y dando un ligero pero enérgico toque de manos, se alza. Se lo ve dirigirse hacia su estudio privado.

Sus cercanos lo siguen con ansia y con premura. Le dicen con voz queda: «¿Santo Padre, no se siente bien? ¿Necesita alguna cosa? Él responde: Nada, nada. Y se encierra dentro. Después de una media hora hace llamar al Secretario de la Congregación de los Ritos y dándole una hoja, le ordena estamparla y enviarla a todos los Obispos del mundo. ¿Qué cosa contenía?

La oración que recitamos al final de la Misa junto al pueblo, con la súplica a María y la fogosa invocación al Príncipe de las milicias celestiales, implorando a Dios que arroje a Satanás al infierno”. Y la oración reza así: «Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha. Ayúdanos contra la maldad y las insidias del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo someta a su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, encadena en el infierno, con el poder divino, a Satanás y a los demás espíritus malvados que van por el mundo para perdición de las almas. Amén».