La comparecencia de una serie de personas vinculadas ora al mundo de los toros ora al mundo de la militancia antitaurina ayer en la Comisión de medio ambiente y vivienda del Parlamento de Cataluña, tuvo, más allá de lo que constituía el objeto central del debate, momentos memorables sobre los que no quiero pasar sin dedicarles un comentario.
 
            Soberbio estuvo, como en sus mejores tardes de gloria vestido de luces, el que siempre fue considerado sobrio y elegante torero madrileño por nombre Joselito, que comenzó su intervención con unas serenas palabras que, probablemente, no se oían desde antiguo en el Parlamento catalán, en el que la artificiosidad hace tiempo ya que reemplazó a la cordura y al sentido común:
 
            “Me llamo José Miguel Arroyo. Nací en Madrid y soy español. Podría haber nacido en Cataluña y también sería español”.
 
            Eran la respuesta del maestro que ha demostrado serlo también fuera de los ruedos, a unas palabras tan falsas como impostadas de la presidente de la comisión Sra. Dolors Clavell, en las que ésta, previamente, le había dado literalmente “la bienvenida a nuestro país”. Y digo falsas e impostadas por dos razones como poco. Primero, porque a Joselito nadie en Cataluña le puede dar la bienvenida a su país, ya que en Cataluña, Joselito está en su país. Y segundo, porque incluso en el caso dudoso de que la Sra. Clavell hubiera querido ser amable y brindar efectivamente la bienvenida al recién llegado, no le habría dicho nunca una frase tan rebuscada como “bienvenido a nuestro país” que, amén de una cursilada -¡mira que he viajado y en ningún país me ha dicho nadie nada tan afectado!- no significa otra cosa que "este es mi país pero no el suyo, ojo". Para haber sido sinceramente amable, a la Sra. Clavell le habría bastado con un simple “bienvenido a Cataluña”, o mejor aún, “bienvenido a Barcelona”, porque Barcelona, como Tarragona, como Lérida, como Gerona, como Vilanova i la Geltrú pongo por caso, también existen, que en Cataluña debe de existir algo más que Cataluña ¿o no?
 
            No menos memorable fue el final de su intervención, en el que D. José Miguel Arroyo, el Maestro Joselito ayer más que nunca, declinó con toda gallardía, la misma que siempre le adornó como torero, su turno de respuesta, exponiendo que lo hacía por no haber podido entender muchos de los argumentos que se habían expuesto, naturalmente en catalán, faltaría más.
 
            Lamentable que un Parlamento –palabra que por cierto, proviene de parlar, hablar, comunicarse- en el que se trata una cuestión que por el solo hecho de ser tratado en el Parlamento habría de reputarse como importante, no pueda contrastar los argumentos que sobre la misma se proponen porque una de las partes, deliberadamente, los convierte en incomprensibles, utilizando algo tan maravilloso que es lo que nos hace humanos, las lenguas, para lo contrario de aquello para lo que fueron concebidas, a saber, la comunicación.
 
            Si algo brilló ayer en el Parlamento de una región en la que como en Cataluña el verdadero hecho diferencial decían ser el seny (señorío en catalán), fue justamente lo contrario, a saber, la mala educación. Y todo ello, en nombre de la sacralización que en la entrañable región española, -y lo que es más lamentable, por unos pocos que se lo imponen despóticamente a los demás-, se ha hecho de algo que sólo es lo que es, a saber, una lengua vernácula y no, en modo alguno, una religión.