Observo a Dios detenidamente. En el evangelio
de su mirada, que me ausculta el alma
sin decir nada y sin tenerme en cuenta el escarnio
de cuando le niego y le vuelvo la espalda.
Mi creencia son los ojos con los que le veo,
mi creencia es la ternura con la que me mira,
mi creencia es también la ocasional ceguera,
mi creencia es la duda y la fisura de lo que creo,
mi creencia es la visión que adora el misterio
por el que vivo y siento y pienso Su presencia.
He aquí la respiración anonadada, el latido
del corazón de Dios desde donde mana el Cristo.
Soy su mirada. Soy lo que Él ve en mí de Si mismo.