EVANGELIO

Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban. Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos:
«Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse.
Por eso, lo que digáis en la oscuridad será oído a plena luz, y lo que digáis al oído en recámaras se pregonará desde la azotea.
A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más.
Os voy a enseñar a quién tenéis que temer: temed al que, después de la muerte, tiene poder para arrojar a la “gehenna”. A ese tenéis que temer, os lo digo yo.
¿No se venden cinco pájaros por dos céntimos? Pues ni de uno solo se olvida Dios.
Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados.
No tengáis miedo: valéis más que muchos pájaros».

Palabra del Señor.

Notas: Próximas misiones.

Entre dos miedos.

Hay un miedo paralizante y un miedo santo. El miedo paralizante es el miedo a los demás, por lo que puedan hacerme, pensar o decir de mí. El miedo santo es el miedo a las consecuencias del pecado, que pueden entenderse primero como castigos divinos, pero que acaban por llevarnos al santo temor de Dios, es decir, al miedo a herirle, a ir en contra de Su voluntad por puro amor a Él. ¿Quién que conozca las consecuencias del egoísmo, del orgullo, de la vanidad… no teme caer en ellos? Es el primer paso. Pero ¿Quién que conozca el Corazón de Jesús es capaz de herirlo? Este es el temor santo.

Aterrizado a la vida matrimonial:

Ana: Recuerdo que antes, evitaba herirte, esposo mío, porque me daba miedo el sufrimiento que venía detrás de eso por la ruptura de nuestra comunión. Digamos que, muchas veces me controlaba “por no oírte”. Después, pasé a no herirte porque me daba miedo herir al Señor yendo en contra de Su voluntad, y por eso debía controlarme y ofrecerle mi sacrificio. Por último, dejé de herirte porque descubrí tu fragilidad, Dios me la mostró, me enternecía verte cuando no dabas más de sí o cuando caías en algún pecado. Me daba miedo hacerte daño, y por eso, dejé de herirte. Aprendí a amar a Dios amándote a ti.
Julián: Me parece espectacular tu evolución, Ana. Eso sí que es hacerte una conmigo. Eso sí que es responderle a Dios en esa llamada al amor que has recibido. Te pido que me enseñes, porque yo también quiero tener miedo de hacerte daño. Sin duda es lo que Dios quiere de mí.

Madre,

Los esposos podemos interpretar ese santo temor de Dios como miedo de herir a mi esposo, porque le amo. Qué gran luz de Dios. Tanto nos ama, que quiere que le amemos amándonos mutuamente. Es el mayor regalo, el mayor consuelo que podemos darle. Bendito sea Dios, por siempre.