Quisiera empezar esta nueva sección contando una anécdota.

En cierta ocasión, una persona cuestionaba la utilidad de hablar de ciencia y religión, afirmando que le veía el mismo sentido que hablar de gastronomía y religión. En el fondo, quería expresar que le parecía una mezcla incoherente, como mezclar el agua con el aceite.

Sin embargo, olvidaba algunos aspectos importantes. El primero es que la ciencia y la religión tienen mucho más en común de lo que parece a primera vista. Ambas son buscadoras de la verdad, y no de una verdad parcial como la gastronomía. No cabe duda de que la gastronomía es muy importante en nuestra sociedad, que comemos varias veces al día y que nos socializa, pero no es capaz de abarcar tanto como logran hacer la ciencia y la religión.

La ciencia, con su método experimental, ha permitido dar respuesta a la pregunta del “cómo” en infinidad de fenómenos naturales a través de observación, experimentación y análisis. Se ocupa de cuestiones empíricas y busca comprender los mecanismos subyacentes de los eventos y procesos. Trata de averiguar cómo funcionan las cosas en el mundo natural, cómo se desarrollan los eventos y cómo se pueden explicar a través de leyes y teorías científicas.

La religión se centra más en el "por qué", es decir, se ocupa de preguntas más filosóficas y existenciales, buscando significado y propósito en la vida. Aborda cuestiones sobre el sentido de la existencia, el propósito de la vida, la moral y la relación con lo trascendental. En este sentido, la religión a menudo responde a preguntas sobre el "por qué" estamos aquí y cuál es el propósito último de la existencia.

Pero tampoco deberíamos conformarnos con ver a la ciencia y la religión como dos formas de abordar la realidad y llegar a la verdad que actúan de forma separada. Eso sería pasar de la incompatibilidad que percibía esta persona crítica, a la independencia, a los magisterios que no se solapan, en inglés non-overlapping magisteria (NOMA), que propuso en su día Stephen Jay Gould. A primera vista suena bien, porque evitamos el conflicto, pero en la práctica supone dejar a la religión a un lado siempre que podamos abordar las cosas de manera científica.

Existe una tercera opción que es la de diálogo, que consiste en que afrontemos las cuestiones de manera científica y también religiosa, en clave de suma, con lo que nuestro conocimiento de la realidad será mucho más rico y podremos acercarnos de una manera mucho más eficaz a la Verdad con mayúsculas.

Incluso hay autores que van más allá del diálogo, hacia la integración. Es decir, el diálogo puede ser algo más tímido, donde ciencia y religión se escuchan y aprenden el uno del otro, y puede convertirse en una auténtica colaboración, aunque desde luego respetando la autonomía de cada disciplina, pues también se corre el riesgo de que la ciencia diga cosas que le corresponden decir a la religión y viceversa.