Tiempos vivimos en que el papel escrito o estampado tiene sus días contados. Pero, a pesar de ello, el asunto más grave es que la generación actual odia el papel escrito o estampado.

Nadie desea dejar papeles escritos o estampados en su paso por la vida. Un error grave, ya que los restos digitales son peores y acusadores que el viejo papel de una carta advirtiendo de tales o cuales males si no cumples con un código inexistente nada más que en al caletre absurdo del que paga o manda.

Cuando un grupo cristiano olvida el uso de los papeles escritos y estampados, está alejándose de la propia metodología por la que entra la fe en los ojos limpios de un infante cuando acude a la catequesis semanal.

Había un cura muy digital que ponía un control de barras en una chapa pillada en el chándal del chavea catequizando. La latilla se perdía en las lavadoras de las casas taponando cañerías. Los padres pidieron usar un archivador de fichas de papel. El ciego cura se tapó las orejas.

Al curso siguiente se quedó con diez niños, cuyos padres eran los palmeros del cibernético presbítero. Los otros se fueron a las feligresías vecinas buscando el papel escrito y estampado.

Y es que nunca conviene matar un método si da resultado. El mundo digital nunca debe anular el papel escrito y estampado. Matamos una civilización.

Tomás de la Torre Lendínez