Cuando San Juan Pablo II peregrinó a Tierra Santa uno de los momentos más intensos espiritualmente hablando fue, sin lugar a dudas, la celebración de la Santa Misa que pudo presidir en el Cenáculo. Era el 23 de marzo de 2000. Allí el Papa celebró el Sacrificio donde, según la tradición, Cristo el Señor nos dio su Cuerpo y su Sangre. Esto es mi Cuerpo. Esta es mi Sangre.



El Papa decía:
Reunidos en el Cenáculo, hemos escuchado la narración evangélica de la Última Cena. Hemos escuchado palabras que brotan de lo más profundo del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Jesús toma el pan, lo bendice y lo parte. Y luego lo da a sus discípulos diciendo: Esto es mi Cuerpo. La Alianza de Dios con su pueblo está a punto de culminar en el sacrificio del Hijo, con la entrega del Señor; el Verbo eterno, hecho carne, que se da por nosotros.

Las antiguas profecías están a punto de cumplirse. Sacrificio y oblación no quisiste. Pero me has formado un cuerpo. Aquí estoy, Señor. Aquí vengo a hacer, oh Dios, tu Voluntad. En la Encarnación el Hijo de Dios, que es uno con el Padre, se hizo hombre y recibió un cuerpo de la Virgen María. Y ahora, en la víspera de su muerte, dice a sus discípulos: Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros. Con profunda emoción –dice el Papa- escuchamos una vez más estas palabras, pronunciadas aquí en el Cenáculo hace dos mil años. Desde entonces han sido repetidas de generación en generación por quienes participan del sacerdocio de Cristo a través del sacramento del Orden sagrado. De este modo, Cristo mismo repite continuamente estas palabras mediante la voz de sus sacerdotes en todos los rincones del mundo: Este es el cáliz de mi Sangre; Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros, por todos los hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.

El Beato Manuel Domingo y Sol fue un predicador incansable desde que, en los albores de su ministerio, comenzó a recorrer la diócesis de Tortosa como misionero diocesano. Al hablar de Jesucristo o del Corazón de Cristo, su referencia constante era hacia la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento.
 


Dios oculto y misterioso -escribe[1]-, verdaderamente sois el Salvador de nuestras almas. “Deus absconditus, Deus salvator”.

Él ha querido ocultarse para revelarse en nosotros y multiplicarse por medio de nosotros.

Jesucristo ha querido aniquilarse para revivir en nosotros, y, de este modo, multiplicar en la persona de cada cristiano la manifestación de sus obras.


Ha querido revivir en todos los cristianos, que son sus hijos, de modo que, así como el viejo Adán se había perpetuado en todos los hombres, hechos pecadores, Él, que es el Adán nuevo, se quiere continuar en las generaciones cristianas, rescatadas y santificadas por Él.

Y por la eucaristía Jesucristo obtiene este fin. Porque, así como el pan material se convierte en carne del hombre, porque aquel es inferior a este, al contrario, el pan eucarístico, que es más noble que el alma que lo recibe, la atrae, por decirlo así, y la transforma en sí. Por consiguiente, venimos a ser otro Cristo. Y como tales debemos aparecer.

Si el apóstol San Pablo decía: Imitatores mei estote, si el mismo Jesucristo nos decía: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial”, recibiendo la eucaristía debemos ser y representar a Jesucristo, que nos transforma en Él.

[...] Jesús no ha querido quedarse así más que para obrar: no viene para habitar entre nosotros como en un trono solitario, que se ha escogido para su reposo. Si habita en nosotros, en nuestro corazón, es para transformarlo; si mora en él, es para hacerlo mejor; y no pasa por él sino para hacerle bien.

 
Si preside hoy nuestras calles, nuestros Sagrarios, es porque quiere habitar en nuestros corazones, para transformarnos.

¿Cuál es el papel que tiene la Eucaristía en la vida de los grandes cristianos, reconocidos por la Iglesia como auténticos modelos, como santos? ¿Cuál es el papel que Cristo Eucaristía tiene en tu vida...?

Escuchad la historia de los santos niños de Fátima

Francisco era de pocas palabras; y para hacer su oración y ofrecer sus sacrificios, le gustaba ocultarse hasta de Jacinta y de mí -escribe Lucía-. No pocas veces le sorprendíamos detrás de una pared o de un matorral, donde, de una manera disimulada, se había escapado de los juegos para de rodillas, rezar o pensar, como él decía, en Nuestro Señor, que estaba triste por causa de tantos pecados. Si le preguntaba:

-Francisco, ¿por qué no me llamas para rezar contigo y también a Jacinta?

Él respondía:

-Me gusta más rezar solo, para así poder pensar y consolar a Nuestro Señor, que está muy triste.

Un día le pregunté:

-Francisco, a ti ¿qué te gusta más: consolar a Nuestro Señor o convertir a los pecadores para que no vayan más almas al infierno?

-Me gusta mucho más consolar a Nuestro Señor. ¿No te fijaste cómo Nuestra Señora, en el último mes, se puso tan triste cuando dijo que no se ofendiese más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido? Yo deseo consolar a Nuestro Señor, y después convertir a los pecadores para que nunca más le vuelvan a ofender.
 

Cuando íbamos a la escuela, a veces, al llegar a Fátima, me decía:

-Ahora tú vas a la escuela. Yo me quedo aquí en la iglesia, junto a Jesús escondido…

El Santísimo estaba a la entrada de la iglesia; y allí le encontraba cuando regresaba. Después de enfermar, con frecuencia me decía, cuando camino de la escuela, pasaba por su casa:

-Atiende, ve a la iglesia y saluda de mi parte a Jesús escondido. De lo que más pena tengo es de no poder ir ya a estar algún rato con Jesús escondido.

Así recoge la Hermana Lucía, prima de los santos Francisco y Jacinta Marto, en sus Memorias, el recuerdo manifiesto de Francisco por Jesús escondido, el Jesús del Sagrario.


Un autor[2] ha escrito que el tiempo urge, que no hay nada más urgente que entrar en la escuela de la Eucaristía para que la vida del Crucificado-Resucitado, nueva levadura, regenere todas las moléculas de nuestro cuerpo en el esplendor del triunfo pascual, arrastrándonos progresiva y escalonadamente en el juego de amor de la Trinidad. Si la aventura nos tienta y no sabemos por dónde empezar, Jacinta y Francisco nos proponen sencillamente la oración del Ángel de la paz que les visitó, portador de un cáliz y una hostia: Dios mío, creo, adoro, espero y os amo.

Que en este día no dejemos de revisar cómo es nuestro amor a la Eucaristía, cómo cuidamos nuestras Misas, cómo nos preparamos para recibir a Jesús, cuántas veces a lo largo de la semana nos acercamos a la iglesia para hacer una visita. Estos niños nos dan un gran ejemplo.

Y a Cristo Eucaristía, una petición:
 
Oh Jesús, mi vida y mi todo,
haz que nuestras vidas
estén íntegramente orientadas hacia Ti.
Que, amándote sin límites,
amemos a los demás desde Ti.
Llévanos donde Tú quieras,
donde desees,
donde mejor te sirvamos.
¡Haznos santos!
 
PINCELADA MARTIRIAL
La Adoración Nocturna de Talavera de la Reina (Toledo) se prepara para celebrar su primer centenario. El próximo 30 de junio, monseñor Braulio Rodríguez Plaza, Arzobispo de Toledo y Primado de España, acudirá a la ciudad de la cerámica para presidir la Eucaristía por este aniversario.

Es el siervo de Dios José García-Verdugo, mártir de la persecución religiosa -cuya causa de beatificación está incoada en el Arzobispado de Toledo-, quien escribió -en febrero de 1919- una crónica completa sobre la primera vela nocturna al Señor Sacramentado en la ciudad de la Cerámica.

«En la noche del 7 al 8 de diciembre [de 1918] se inauguró en esta ciudad (de Talavera de la Reina) la Sección Adoradora Nocturna, bajo la advocación de la Santísima Virgen del Prado, patrona queridísima de este pueblo. Cincuenta y cuatro socios cuenta la nueva Sección. El número de fieles que llenaban la antigua colegiata, los adoradores de otras secciones que con nosotros adoraron al Señor en aquella feliz noche y las banderas congregadas en torno del Sagrario, contribuyeron al mayor esplendor de la fiesta. Junto a la nueva bandera ondearon, además de la diocesana de Toledo, las de Plasencia, Fuensalida, Consuegra y Almendralejo, y asistieron representaciones de Madrid y Pamplona. Recibiéronse telegramas de adhesión del Consejo Supremo y de la Sección de Brihuega.

Celebráronse los actos todos conforme a las instrucciones del ritual y bajo la dirección de los adoradores de la Sección toledana. Después de la exposición, nuestro amado Arcipreste [beato Saturnino Ortega Montealegre] que, movido de su celo no cesó de trabajar durante largo tiempo por establecer en esta ciudad nuestra obra eucarística, nos dirigió una plática llena de unción impregnada de amor y de esperanzas.

Por la mañana, a pesar del rigor de la noche y lo temprano de la hora, acudieron a tomar el Pan Divino más de 400 personas, entre ellas los niños acogidos en el Asilo de San Prudencio con las Hermanas de la Caridad que con cariño de madres por ellos velan.

La gente, que llenó la iglesia en las primeras horas de la Vigilia, no abandonó por completo el templo. Durante toda la noche más de 30 señoras, casi todas Hijas de María, adoraron al Señor con el mayor recogimiento.

Terminada la Vigilia, y a las seis y media de la mañana, nos reunimos los adoradores en el espacioso comedor del Asilo de San Prudencio y se sirvió un frugal desayuno. Sesenta y cinco personas fueron sentadas a la mesa» (Lámpara del Santuario, nº L, febrero de 1919).

Entre sus cientos de escritos conservamos este hermoso poema:
EN HOLOCAUSTO

Velando estoy mis armas, ¡Señor!, esta armadura
que ha de ceñir mi cuerpo guardando el corazón.
La noche es fría y triste, quejumbrosa y oscura.
El viento en sus zumbidos musita una oración.
 
Mañana, cuando un rayo de luz en el recinto
penetre por la ojiva del alto ventanal,
pondrán tu recia espada, ¡Señor!, sobre mi cinto
y seré un caballero de tu guardia real.
 
¡Qué honor para mi nombre! ¡Poner sobre mi pecho
tu emblema sacrosanto! ¡Una Hostia...! ¡Una Cruz...!
Vivir horas enteras bajo tu mismo techo,
mirarte cara a cara y cegarme en tu luz.
 
Yo nací caballero, mas de humilde linaje
y ya, ¡Señor!, que tanto me otorga tu merced,
te ofrezco de rodillas humilde vasallaje
y mi alma y mi vida, quiero darte a la vez.
 
Tú me darás la mano y salvaré el abismo.
Tú, cuando desfallezca, mi cuerpo sostendrás
y en los rudos combates que he de darme a mí mismo
para vencer mi carne, tu ayuda me darás.
 
Y seré grande y fuerte porque tú estás conmigo,
quietudes y alegrías habrá en mi corazón.
Y podré, limpia el alma, hablarte sin testigos
en el dulce coloquio de mística oración.
 
Y así subir la cuesta con la pesada carga,
levantarme cien veces si cien veces caí,
sin locas rebeldías beber la copa amarga
y llegar arrastrando hasta acercarme a Ti.
 
Recibir en el pecho los golpes de la vida
como la dura roca recibe los del mar,
y acercar a los labios la sangre de la herida
y al besarla en tu nombre, que es besarte pensar.
 
Consumirme de amores lo mismo que ese cirio
que derrite su cuerpo para ofrecer su luz,
al crisol depurarme del dolor y el martirio
y morir contemplándote abrazado a la Cruz.
 
[1] BEATO MANUEL DOMINGO Y SOL, Selección de textos por Juan de Andrés Hernansanz y Julio García Velasco, página 51. (Salamanca, 1983).
[2] François VAYNE, Director de redacción de la revista Lourdes Magazine (nº 92, junio 2000).