Sexo y lujuria
La luria se ha infiltrado en todos los ambientes, y por todos los medios. Hay un ambiente enloquecido que ha declinado pensar con la cabeza para pensar solo con los más rastreros de los instintos desbocados. En los medios de comunicación, en los centros de enseñanza, en los lugares de diversión, en la misma calle, y en algunos casos desgraciados,  en la misma Iglesia, y otros ambientes religiosos, hay un tufo que huele a carne podrida. Se ha perdido en bastantes sectores de la sociedad el concepto ético y sagrado de la persona. Nos han querido reducir a una tablajería, en la que cada cual corta a su gusto del tajo. Y los hijos, en este plan, sobran.
            Juan Manuel de Prada escribió en esta misma página: Para entender plenamente la consolidación de esa religión que, «a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad», tenemos que referirnos a la aberrante síntesis entre marxismo y psicoanálisis. Freud, mediante la exploración del inconsciente, llegó a la delirante conclusión de que la inmensa mayoría de las faltas y errores humanos se pueden atribuir a unas causas sobre las que el ser humano tiene poco o ningún control. El psicoanálisis se convirtió, de este modo, en la coartada perfecta para evitar el juicio sobre la maldad objetiva de nuestras acciones; y en una negación de nuestra responsabilidad. En este contexto, surgieron hombres como el psiquiatra marxista Wilhelm Reich, autor de La liberación sexual, para quien la represión sexual es un efecto de la dominación capitalista, que de este modo se asegura la existencia de sujetos pasivos y obedientes. Esta represión sexual, a juicio de Reich, sólo se podría solucionar mediante una revolución que garantizase la liberación absoluta de energías sexuales. Y esta liberación de energías sexuales sería, a juicio del visionario o demente Reich, capaz de transformar el mundo.
            Pero hoy Wilhelm Reich creo que no diría esto, ya que el capitalismo está tan enfrascado en la liberación sexual como las teorías psicoanalistas y marxistas. En el fondo de todo lo que ocurre es que se han  perdido el concepto de dignidad humana. Ya da lo mismo robar, que matar o fornicar.
            Genevieve Pollock entrevistó a Christopher West, experto en  Teología del Cuerpo, que viene a decir lo siguientes, entre otras valiosas aportaciones: En respuesta a quienes quieren mitigar la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad de forma que concuerde con las “posibilidades concretas del hombre”, Juan Pablo II pregunta “Pero, ¿cuáles son las ‘las posibilidades concretas del hombre’? ¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado concupiscencia, o del redimido por Cristo?” (Veritatis Splendor, 103).
Todo el mundo experimenta la concupiscencia, ese desorden de nuestras pasiones causado por el pecado original. En este sentido, todos somos el “hombre de la concupiscencia” – una frase que Juan Pablo II utiliza de forma repetida en su Teología del Cuerpo. Pero, y este es el punto clave, no somos un mero hombre de la concupiscencia.
No somos meros caídos. Somos caídos y redimidos.
Y la redención de Cristo nos llama, dice Juan Pablo II – y nos llama con eficacia – a experimentar una “victoria verdadera y profunda” sobre las distorsiones de la lujuria.
La siguiente declaración de Juan Pablo II lo deja claro, creo: “Aunque el hombre permanece naturalmente como hombre de la concupiscencia… es al mismo tiempo el hombre de la ‘llamada’. Es ‘llamado’ a través del misterio de la redención del cuerpo, un misterio divino que es al mismo tiempo – en Cristo y por Cristo en todo hombre – una realidad humana”.
            ¿Y qué hacer cuando uno tiene el interés absoluto de vivir la virtud de la pureza, estando rodeado del fuego de la lujuria por todas partes? Responde Cristopher West: Cuando la lujuria “llamea”, en vez de reprimirla empujándola al subconsciente, o intentando no hacer caso, podemos entregar nuestras lujurias a Cristo y permitirle que “las crucifique” (ver Gálatas 5, 24). Al hacerlo, “el Espíritu del Señor da nueva forma a nuestros deseos” (Catecismo de la Iglesia Católica 2.764).
En otras palabras, cuando permitimos que la lujuria sea “crucificada”, llegamos a experimentar también la “resurrección” del deseo sexual como Dios los entiende. No inmediatamente, no de modo fácil, sino de manera gradual, progresiva, tomando nuestra cruz de cada día y siguiendo adelante, podemos llegar a experimentar el deseo sexual como el poder para amar a imagen de Dios.
Cuando las tentaciones sexuales nos asaltan, como suelen hacer, debemos rezar una oración como esta: Señor, te agradezco el don de mis deseos sexuales. Te entrego mis deseos sensuales y te pido por favor, por el poder de tu muerte y resurrección, que “endereces” en mí lo que el pecado ha torcido de manera que pueda llegar a la experiencia del deseo sexual como tú lo entiendes – como el deseo de amar a tu imagen. (https://es.zenit.org/articles/cuando-la-sexualidad-es-tentada-por-la-lujuria-ii/)
Una fuerza invasora que silenciosamente, como un gas venenoso, va llegando a los distintos ambientes, es la Masonería, que trata de alejar al hombre de Dios.  Leemos en uno de los informes: El plan de la masonería, además de oponerse al Decálogo, se opone al fruto de las siete virtudes teologales y cardinales, que son el fruto de vivir en Gracia de Dios, la secta promueve la difusión de los siete vicios capitales, que son el fruto de vivir habitualmente en estado de pecado. A la Fe, aquella opone la soberbia; a la Esperanza, la lujuria; a la Caridad, la avaricia; a la Prudencia, la ira; a la Fortaleza, la pereza; a la Justicia, la envidia; a la Templanza, la gula. De tal suerte que esta estrategia hace que aquél que se hace víctima de los siete vicios capitales es conducido gradualmente a abandonar el culto debido al Dios único, para darlo a falsas divinidades, que son la personificación misma de estos vicios. En esto consiste la blasfemia más grande y horrible. (http://www.logiaginerdelosrios.es)
            No hay duda que todo este ambiente enrarecido, que como epidemia galopante, ha afectado a todos los ambientes de la sociedad, incluido los religiosos, obedece a un pan bien pergeñado. La política lo sabe bien. Pan y circo, sexo y diversión, y legislar para que las consecuencias naturales no deseadas se puedan soslayar sin problemas.
 

            Sigue muy vigente la doctrina de San Pablo, la doctrina cristiana, que dice así:

La inmoralidad sexual
12 «Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine. 13 «Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos»; así es, y Dios los destruirá a ambos. Pero el cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. 14 Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros. 15 ¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo mismo? ¿Tomaré acaso los miembros de Cristo para unirlos con una prostituta? ¡Jamás! 16 ¿No saben que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues la Escritura dice: «Los dos llegarán a ser un solo cuerpo». [a]17 Pero el que se une al Señor se hace uno con él en espíritu.
18 Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo. 19 ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; 20 fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. (1 Cor 6,12-20)
            Cada cual que medite y compare su vida a la luz de la dignidad del ser humano querida por Dios.
Juan García Inza