EVANGELIO

Nadie os quitará vuestra alegría
Lectura del santo Evangelio según san Juan 16, 20-23a
 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «En verdad, en verdad os digo, vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».
 
Palabra del Señor.
 
 
Todo un parto.
 
Vinimos a este mundo a través de un parto, el que tuvo que sufrir nuestra madre. Así también, nuestra fe y nuestra filiación divinas, son fruto del parto de una Madre, nuestra Santísima Virgen, que nos dio a luz a los pies de la cruz. Así todos, tú y yo también, tenemos como origen el amor y nacemos por la puerta del dolor. El que pretende tener un hijo por egoísmo, no conoce la dignidad del ser humano, y el que pretende ahorrarse los sacrificios de tenerlo tampoco. Ningún ser humano merece menos que ser fruto del amor y de un gran sacrificio. Por eso somos recibidos con tanta alegría.
 
En última instancia, podríamos decir que nacemos del Amor del Padre y somos dados a luz por la Cruz del Hijo. De ahí nuestra enorme dignidad, de ahí nuestra enorme alegría que nadie nos podrá quitar.
 
Aterrizado a la vida matrimonial:
 
Maite: No sé cómo puedes estar alegre, después de la cosas tan duras que te dije ayer. Yo estoy fatal.
Ramón: Maite, lo de ayer fue grave, no le voy a quitar importancia, y está bien que te arrepientas y pidas perdón para volver a dejar las cosas en su sitio, pero yo estoy alegre porque sé cuánto me quiere Dios, y sé la dignidad que me ha dado para poder amarte precisamente en esa circunstancia como Él. Y sé cuánto me quiere Cristo y cuánto me ha amado que se entregó por mí a pesar de ser peor que tú. Ahora tengo la oportunidad de hacer yo lo mismo, y no la voy a desaprovechar. Sé que has pasado por un momento de debilidad, pero tú tienes la misma dignidad enorme que yo tengo, y tenía que tratarte como Dios quiere que lo haga, para poder sanar tu herida.
Maite: Pues me quito el sombrero, Ramón. Lo has hecho genial. Te estoy muy agradecida por tu amor y tu sacrificio por mí. Doy gracias a Dios por ti.
(Y su unidad creció como fruto del amor y del sacrificio, que siempre van de la mano).
 
Madre,
 
Soy hijo del amor y del sacrificio, esposo para amar y sacrificarme y nuestros hijos son frutos de ese amor y de ese sacrificio. Mi vida está marcada por el amor, y por eso estoy alegre. Alabado sea el Señor que nos hace partícipes de Su amor y por eso se alegra mi espíritu en Él, mi salvador. Amén.