Estoy un poco abrumado. Recibo correos que me animan a seguir escribiendo y correos que agradecen estas líneas: son exabruptos, muchas veces; emociones, otras tantas; sombras y luces, casi siempre. Correos sentidos y sencillos, profundas lecciones de vida.

Gracias, pues.

Me preguntan por el monje: dejémoslo en el misterio. El Misterio es tan necesario como el aire que respiramos. El monje es tan suyo, de ustedes, como mío; y tan real como que fue un sufrido monje del Císter. ¿Vive? Sí, porque murió. Vive entonces en la Plenitud. Y hoy me ha dicho:

"Procure concentrarse en lo que hace: afeitese con calma y escriba con paz, con buena letra. No se apresure. La prisa y la indecisión, decía Juan XXIII, son dos males terribles. Sus crisis son tan pasajeras como la misma vida. Su pretensión de permanecer es tan ilusoria como sus pretensiones heroicas. Mire: sé que le gusta el "todo y nada"; el ayuno y el exceso. El hambre y la gula. La castidad y la lujuria. No sufra porque estas ocasiones extremas son regalos muy escasos y muy especiales del buen Dios. Aquello que usted en su delirio califica de mediocre es lo heroico. Puede usted apelar a la mediocridad cómoda de lo burgués y puede tener parte de razón. Pero todo depende de su entrega: le aseguro que cuando me entrego a barrer el claustro con todo el corazón cuando no quiero -porque preferiría releer a San Juan de la Cruz-, mi agonía es tremenda. Es tremenda porque no es dramática, se puede llevar, ¿me explico?, nadie la ve, no me agota ni me hace sudar sangre..."

Seguiré escribiendo como el monje cuando cogía la escoba y barría el claustro. 

Les agradezco sus correos y sus ánimos.

Y si quieren que escriba sobre algo en especial, estaré encantado de hacerlo. En muchas ocasiones, esta mediocridad aburguesada de la vida cotidiana impide que la mente y el corazón encuentren alguna pequeñez para compartir. 

Queden con Dios y en paz, si es posible.