Son muchas las veces en que desde estas líneas hemos insistido en la comparación entre dos pecados que a algunos se les pueden presentar como semejantes, pero que, a mi entender, se sitúan en los dos extremos más alejados del espectro de los pecados: egoísmo y envidia.
 
            Hoy vamos a analizar la repercusión, los efectos, que ante uno y otro puede producir una situación que damos en llamar de ·”riqueza sobrevenida”, o si lo prefieren Vds. de mejora de status o de mejora de la situación económica, lo que una vez más, según entiendo, nos dará la medida de la inmensa distancia que en el espectro delos pecados separa a egoístas y envidiosos.
 
            Pues bien, ante una situación de riqueza sobrevenida, el egoísta puede que siga comportándose de modo egoísta, pero en un alto número de ocasiones, la mejora de su situación económica y el aseguramiento de la satisfacción de sus mínimos vitales y aún de otras necesidades que podríamos denominar “caprichos”, los que exceden los mínimos vitales, producirán que deje de hacerlo. Muchos egoístas, en el bien entendido de que la mejora de sus condiciones es notable y suficiente, podrían llegar a comportarse de manera in-egoísta, e incluso desprendida o hasta generosa. Esto es así porque el egoísmo es un pecado muy práctico, que mira ante todo a la satisfacción inmediata y eficaz de las necesidades de uno, de forma que la correcta satisfacción de las mismas puede llegar a hacerlo innecesario, a veces, incluso fastidioso: es trabajoso, poco popular, degrada la imagen de uno, lo que a la postre podría llegar a tener efectos hasta contraproducentes. No, desde luego, todos los egoístas dejan de serlo por ver su situación vital considerablemente mejorada, pero muchos de ellos sí, afirmo.
 
            Y el envidioso, ¿reaccionaría el envidioso de parecida manera ante una situación como la que acabamos de describir? Pues bien, no, antes al contrario, por lo general, reaccionará con un aumento de su pecado, pues si cuando era pobre su envidia se centraba en la de los demás pobres –el envidioso tiende a envidiar al más cercano-, ahora sus razones para envidiar pasan a a ser incluso mejores, porque ya puede envidiar a personas que tienen mucho más por lo que ser envidiadas. En otras palabras: el que es envidioso sigue siéndolo casi siempre aunque mejore su status social o económico, y eso si su pecado en la nueva situación incluso no se agrava.
 
            En fin amigos, con esta breve reflexión me despido de Vds. por hoy, no sin desearles, eso sí, y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            ©L.A.
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