Talavera de la Reina acaba de recuperar el templo de Santa Catalina, en el complejo monástico de San Prudencio, una de las joyas arquitectónicas más valiosas del patrimonio talaverano, que ha permanecido 44 años cerrada y los últimos 24 meses sometida a unas obras de restauración en las que se han invertido 2 millones largos de euros y con las que vuelve a lucir en todo su esplendor. Es propiedad de la Fundación Aguirre-San Prudencio. Los patronos de dicha fundación son el alcalde de Talavera de la Reina y los párrocos de Santa María la Mayor y de Santiago.
 


El presidente del Patronato, don Daniel León Ramos, párroco de Santa María decía al final de la Santa Misa: “No lo olvidemos. Este lugar que hoy hemos reinaugurado, hemos reabierto, sobre todo la dedicación del altar con las reliquias de los mártires del siglo XX, curiosamente uno de ellos el beato Saturnino Ortega Montealegre, uno de los primeros patronos de esta Fundación, no invita a todos a seguir pensando que esto no se puede olvidar y tiene que seguir…”.

http://www.lavozdetalavera.com/noticia/49008/sociedad/talavera-recupero-la-iglesia-de-santa-catalina-tras-44-anos-cerrada-y-24-meses-de-restauracion.html

Además del beato Saturnino, fueron patronos de San Prudencio y mártires de la persecución religiosa, los párrocos que sucesivamente ocuparon la talaverana iglesia de Santiago: los siervos de Dios Vital Villarrubia y Manuel Gil y Martín.

Hoy Jueves Santo recuperamos este artículo que don Vital Villarrubia publicó en “El Castellano” el 27 de marzo de 1929, en los días de aquella Semana Santa.
 

El beso de Judas de Giotto

Si, pues, me buscáis a mí, dejad ir a estos

Estaba ya próxima la prisión de nuestro divino Redentor. Jesús habíase retirado con sus discípulos a la otra parte del arroyo de Cedrón, donde estaba el huerto de Getsemaní. Ya Judas había reunido una cohorte de soldados romanos y algunos ministros de los pontífices y con ellos se dirigió al lugar donde se encontraba su Maestro y que él no desconocía, por haber estado más de una vez con los que hasta entonces habían sido sus amigos y compañeros.

Cuando Jesús vio aquella compañía de soldados, se adelantó hacia ellos y con toda la serena majestad del que tiene en sus manos todos los poderes del mundo, les dijo: ¿A quién buscáis? A Jesús Nazareno, le contestaron. Yo soy, les dijo. Y al momento, al eco de estas palabras del que es verdadero Dios, cayeron en tierra aquellos hombres, que, como lobos hambrientos y furiosos, iban a prender al mansísimo Cordero de Dios.

Luego que se hubieron repuesto del pánico que les había infundido su propia malicia, tanto como la majestuosa y tranquila figura del divino Maestro, Jesús les dijo: “Os he dicho que yo soy. Si, pues, me buscáis a mí, dejas ir a estos”.

Muchos son los nuevos redentores de la humanidad; no pocos los que dicen que por el pueblo se sacrifican. Pero sin duda no aciertan con un plan, que dé realidad a sus deseos, porque los pueblos aún no han alcanzado la redención que ellos les prometen.

En Jesucristo tienen un verdadero modelo de redentor. No se afanen, ni se cansen, en buscar otras fórmulas y programas.
El plan único de redención es el desarrollado y practicado por Jesús y que se contiene en estas sus palabras: “Si, pues, me buscáis a mí, dejas ir a éstos”. Sacrificarse a sí mismo, sin imponer cargos ni sacrificios a los demás, es la norma de verdadera regeneración y libertad de las sociedades.

Pero ninguno de los modernos redentores puede poner con verdad en sus labios esas hermosísimas palabras del Dios Hombre. Todos empujan a las cárceles y calabozos a los presuntos redimidos, mientras ellos buscan la libertad en la fuga, cuando llega la hora del peligro.

Jesús redimió, más que cumplidamente, de modo sobreabundante, al mundo; pero no permitió que se derramase más sangre que la suya propia. Ni aun la de sus mismos enemigos quiso que se vertiera, pues curó al momento la herida que un discípulo suyo produjera a uno de sus aprehensores. Al paso que los nuevos libertadores guarden y defienden bien su sangre, sin que nada les importe que corra a torrentes la de sus propios redimidos.

En las huelgas, revueltas y motines políticos y sociales pocas veces vemos caer y sucumbir a los cabezas y directores de esos movimientos subversivos; pero sí dar su vida y su libertad a muchos infelices, que, embaucados y sugestionados por las absurdas predicaciones y vanas y falaces promesas de los que se llaman sus defensores, no temen exponerse a los peligros que a sus jefes llenan de terror. En cambio a la hora del triunfo corren presurosos a recoger el fruto de los ajenos sacrificios.

Así resulta que los verdaderos redimidos son lo que se dan a sí mismos el título de redentores. Y en efecto lo son. Redimidos del trabajo, a costa del sudor de ignorantes obreros; redimidos de la miseria a costa de las cuotas de engañados trabajadores; redimidos de la servidumbre, a costa de la libertad de infelices encarcelados; redimidos del hambre, a costa del pan de obres jornaleros. Que más de cuatro de esos falsos redentores habitan magníficos hoteles y suntuosos chalets, mientras que los por ellos redimidos arrastran una vida miserable en inmundas bohardillas.

Jesucristo es el único redentor que puede abrogarse ese título. Él trabajo, sudó, enseñó con la palabra y más con el ejemplo. Dio a los pueblos leyes y normas de verdadera regeneración. Y cuando llegó la hora del sacrificio, puso a salvo a sus discípulos y Él solo vertió toda su sangre y dio su vida por la salud, la libertad y el rescate del mundo. Y así pudo decir a su Padre en las vísperas de su muerte: De los que me dista, a ninguno de ellos perdí.