J. A. Ortega Lara estuvo secuestrado por “ETA” en un zulo, año y medio. Preguntado por cómo sobrevivió, dijo: 

- «Mantuve una rutina: higiene, control del tiempo y oración que inicié con el grito desesperado a Dios de: ¡¿Por qué a mí...?! Y eso me llevó a pedir por las necesidades de otros.

»Rezaba la oración sencilla y repetitiva, del rosario a la Virgen: hacía unos 10 rosarios diarios, mientras andaba por el zulo. La oración no se vive solo, sino en comunión. Es la grandeza de rezar por y con otros. La fe es la que nos sostiene ante las grandes dificultades y cruces de la vida».

La ciencia psicológica de la neuroimagen, estudia que el acto repetitivo (rezo del rosario o las frases: ‘¡Señor, sálvame!’; ‘¡Señor mío y Dios mío…!’ ‘¡Jesús, os amo…!’) produce una desactivación en el córtex cerebral. O sea, que repetir palabras, rezar, ayuda a “dejar de pensar”, a “desconectar” de lo que nos perturba y angustia, sin contar el valor sobrenatural de la oración. El rehén Ortega Lara se benefició del don natural y sobrenatural de la oración.

Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, escribía:
 - «Dios te salve, María, las olas vienen; / Santa María, reza la mar. / Dios te salve, María, es el Rosario… / Santa María, sin acabar. / Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. / Al punto sonríe el Padre, y reza el mundo: ‘Amén', y Dios también».