Sobre la soledad, A. Cohen escribió: “Cada hombre está solo, / a nadie le importa nadie / y nuestros dolores son como islas desiertas”. 

Hermann Hesse, Premio Nobel de Literatura, afirmaba:
-“Los ancianos pueden ser unos expertos en soledades que: liberen, comuniquen, sean positivas.   
Pero hay también soledades mal gestionadas, que nos deshumanizan y nos dañan.
Así como hay soledades valientesesforzadas- que son las que contribuyen a nuestra maduración personal y formación humana. En una palabra: nos ayudan a ser felices”.

Y nosotros tenemos el antídoto contra la soledad: el amor. “Querer y ser querido”. Y el amor de Dios es el mejor de todos. Así lo repetía Teresa de Jesús:
-“Quien a Dios tiene / nada le falta. / Sólo Dios basta”.

Toda persona -y más un hijo de Dios- tiene la capacidad de adaptarse positivamente a situaciones adversas. La    espiritualidad del seguidor de Jesús, sabe aceptar y afrontar los hechos negativos, desfavorables, lacerantes que pueden dañarnos la calidad de vida y todo ello… por amor.

Julio Manegat, periodista y escritor católico, director de la primera Escuela de Periodismo de Barcelona, me decía:
-“De mi soledad he hecho… un reino”.