Cuatro minutos. Cuatro minutos de discurso destinados, a lo que parece, a felicitar la Navidad al millar de compatriotas que constituyen la aportación española a la coalición internacional que combate en la dura Guerra de Afganistán. Cuatro minutos para felicitar la Navidad... ¡y ni una vez la palabra “Navidad”!  ¿Se acuerdan Vds. de los payasos de la tele y su barba de tres pelos? Pues bien, centímetro más, centímetro menos, idéntico ejercicio.

 

            El presidente del Gobierno ha recurrido para eludir la odiosa palabra “Navidad” en su discurso de felicitación a los militares españoles, a todos los circunloquios imaginables, algunos de una cursilería insoportable, otros cacofónicos, uno de ellos literariamente desafortunadísimo. Y eso sin que ni siquiera le quepa el atenuante de la improvisación, que, para colmo de males... ¡¡¡estaba leyendo!!! (Pero por Dios ¿quién le hace los discursos a este hombre, no se los estará haciendo él mismo?).

 

            Pues bien, querido lector, para que no me tache Vd. de fantasioso, aquí va el elenco de los utilizados. Trátase de los siguientes:

 

            “Deseo transmitiros [...] mis más calurosas felices fiestas [sic]...”

 

            “En estos días...”

 

            “En estos días entrañables...”

 

            “Que estos días sean días felices...”

 

            “Que estos días sean unos días en los que todos los españoles aunque solo sea un minuto tengan un recuerdo para vosotros...”

 

            Y para terminar:

 

            “Buen trabajo, buen servicio, buenas fiestas...”

 

            Y me pregunto yo: ¿sabe alguien lo que felicitaba este hombre? ¿Sería la ashura de los chiíes afganos, en previsión de que alguno pudiera estar realizando servicios para la dotación española? ¿Una janucá un poco atrasada para algún judío enrolado por accidente en las filas de nuestro ejército? ¿Era por ventura al General a quien festejaba en el día de su cumpleaños? ¿Tratábase quizás del Día del soldado? ¿La Jornada mundial de las misiones de paz tal vez?

 

            Este es nuestro presidente, un caso agudo de cristianofobia terminal. Y ahí donde le ven, creando escuela en lo que al arte del circunloquio se refiere, porque en el mismo escenario y apenas un día después... ¡hay que ver el “¡Viva España!” entonado por su más entrañable criatura, la ministra de Defensa!

 

            Pero de eso hablaremos otro día. Mientras tanto y si lo estiman Vds. oportuno -personalmente les recomiendo vivamente hacerlo-, deléitense con el discurso presidencial, un “imperdible”, como se dice ahora, del arte de la oratoria, arte en la que como en tantas otras, imparte también lecciones nuestro presidente.