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Mons. Da­mián Igua­cen Bo­rau cum­ple 102 años el 12 de fe­bre­ro. Obis­po emé­ri­to de Te­ne­ri­fe, es el pre­la­do de más edad de Es­pa­ña y uno de los más lon­ge­vos de toda la Igle­sia ca­tó­li­ca. Re­si­de en Hues­ca, don­de se for­mó como sa­cer­do­te, con­ser­va su lu­ci­dez y si­gue re­ci­bien­do nu­me­ro­sas vi­si­tas a dia­rio mien­tras hace ho­nor a su lema: “Creer en Dios, es­pe­rar en Dios y amar a Dios”.

Duran­te la en­tre­vis­ta pide dis­cul­pas por “no oír bien y ha­ber­me ol­vi­da­do de mu­chas co­sas”, aun­que sus fa­cul­ta­des fí­si­cas y men­ta­les se en­cuen­tran en una si­tua­ción for­mi­da­ble. Su amor a Dios es con­ta­gio­so y lo trans­mi­te a tra­vés de su mi­ra­da azul, pro­fun­da y be­né­vo­la. Una eu­ca­ris­tía, el lu­nes 12 de fe­bre­ro a las 10.00 h. en la ca­pi­lla del Ho­gar, ser­vi­rá para ce­le­brar su cum­plea­ños.

¿Cómo se en­cuen­tra, don Da­mián?

Me en­cuen­tro bien, nor­mal para la edad que ten­go. Es­toy con­ten­to. No sien­to nin­gún do­lor ex­plí­ci­to. Me veo algo aplas­ta­di­to, eso sí. Mi rit­mo de vida en la re­si­den­cia es nor­mal. La me­mo­ria sí que me fa­lla un poco.

No se cum­plen 102 años to­dos los días. ¿Has­ta qué pun­to se es cons­cien­te del va­lor de al­can­zar una edad tan avan­za­da?

Doy gra­cias al Se­ñor. No sien­to do­lor en nin­gún si­tio. En­fer­mo no es­toy y he pa­sa­do mo­men­tos muy di­fí­ci­les, pero cla­ro, los años pe­san. Soy un poco in­di­fe­ren­te en eso. Que sea lo que Dios quie­ra y se aca­bó.

En esta par­te fi­nal de su vida, ¿cómo es su re­la­ción dia­ria con Dios?

Una re­la­ción de con­fian­za. Él es mi Pa­dre. Es el amor. Le en­co­mien­do todo y es­pe­ro de Él todo. Creer en Dios, es­pe­rar en Dios y amar a Dios es algo que no tie­ne duda.

Re­ci­be mu­chas vi­si­tas en la re­si­den­cia…

Hay mu­cha gen­te que vie­ne a ver­me y de­mues­tra que me quie­re. Yo tam­bién la he que­ri­do mu­cho, de ver­dad, por don­de quie­ra que he pa­sa­do. Mu­chos sa­ben co­rres­pon­der. To­dos los días vie­nen tan­tas per­so­nas…

¿Por qué de­ci­dió to­mar el ca­mino del Se­ñor y de­ci­dió con­sa­grar su vida a Él?

Es el apo­yo de mi vida. Creo en Él, es­pe­ro en Él y le amo. Po­dría con­tar ver­da­de­ros mi­la­gros, in­ter­ven­cio­nes de Dios que he to­ca­do, pero eso me lo que­do para mí.

Es­tu­dió en el Se­mi­na­rio Con­ci­liar de la San­ta Cruz de Hues­ca, ¿qué re­cuer­da?

Re­cuer­do todo con afec­to y ca­ri­ño por­que todo fue bueno para mí.

Con ape­nas 20 años es­ta­lló la Gue­rra Ci­vil y le tocó ir al fren­te como te­le­gra­fis­ta, don­de re­sul­tó he­ri­do.

En la gue­rra me de­di­qué a las trans­mi­sio­nes. Lle­va­ba un apa­ra­to de ra­dio, no ha­bía te­le­vi­sión pero ya ha­cía­mos prue­bas de ima­gen. Hice bas­tan­te bien a mu­cha gen­te con esas fun­cio­nes.

Ha sido obis­po en Bar­bas­tro, Te­ruel y Te­ne­ri­fe. Or­de­na­do sa­cer­do­te el 7 de ju­nio de 1941, co­men­zó ejer­cien­do en las lo­ca­li­da­des de Ibie­ca y Tor­la. Des­pués con­ti­nuó con su mi­nis­te­rio en la igle­sia pa­rro­quial de San­ta En­gra­cia en Za­ra­go­za, en Tar­dien­ta y en el Se­mi­na­rio, la pa­rro­quia de San Lino, la ba­sí­li­ca de San Lo­ren­zo, la ca­te­dral y el obis­pa­do de Hues­ca… ¿Qué ba­lan­ce rea­li­za?

Los re­cuer­dos son to­dos po­si­ti­vos y bue­nos. Si hay algo ne­ga­ti­vo, con el tiem­po le he sa­ca­do lo bueno. Doy gra­cias al Se­ñor por lo bueno que ha sido con­mi­go. He es­ta­do con­de­na­do a muer­te y me han odia­do en tiem­pos di­fí­ci­les, pero de todo he sa­li­do. La lec­ción es que hay que per­do­nar. Todo lo que ocu­rría en mi vida me lo ha pues­to el Se­ñor para que yo lo in­ter­pre­ta­ra como sa­cer­do­te en mi san­ti­fi­ca­ción. He he­cho todo el bien que he po­di­do y me he en­tre­ga­do a los de­más y al Se­ñor, o mi vida no ha­bría te­ni­do sen­ti­do.

Du­ran­te su vida, la Igle­sia ca­tó­li­ca ha con­ta­do con nue­ve pa­pas: Be­ne­dic­to XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pa­blo VI, Juan Pa­blo I, Juan Pa­blo II, Be­ne­dic­to XVI y Fran­cis­co. ¿Ha man­te­ni­do con­tac­to con al­gu­nos de ellos?

Con al­gu­nos sí, de ma­ne­ra per­so­nal, y doy gra­cias al Se­ñor.

Su ac­ti­vi­dad no ha ce­sa­do en los úl­ti­mos tiem­pos. De he­cho se edi­ta­ron en un li­bro las ho­mi­lías que cada año, en for­ma de fe­li­ci­ta­ción na­vi­de­ña, de­di­ca­ba a la Vir­gen Ma­ría. Tam­bién ha de­di­ca­do nu­me­ro­sos tex­tos al pa­tri­mo­nio cul­tu­ral de la Igle­sia.

No por pu­bli­car, sino al ser­vi­cio de la co­mu­ni­dad, para los de­más. To­dos te­nían ese des­tino.

¿Qué le hace avan­zar en esta eta­pa fi­nal?

El amor de Dios, soy de Él y me ha co­rres­pon­di­do dán­do­me co­sas que no me­re­cía y es­toy muy agra­de­ci­do.

¿Cómo va a ce­le­brar el 102 cum­plea­ños?

Sin más, nun­ca me han gus­ta­do las fies­tas ni he que­ri­do nin­gún pri­vi­le­gio. Yo soy uno de tan­tos, el úl­ti­mo de to­dos y el ser­vi­dor de to­dos, ese es mi lema. Es­toy en la cola para ayu­dar a quie­nes van ca­yen­do en su ca­mi­nar. Lo quie­re el Se­ñor, ¡ben­di­to sea!