Estamos en el tiempo de Adviento. Cada año, al encender las velas de la corona, escuchamos o decimos que “Jesús quiere nacer en nosotros”. Sin duda, es una frase que expresa una gran verdad, pero ¿la creemos o simplemente la decimos por rutina porque es lo que marca el calendario? Es fácil repetir frases piadosas pasando por alto la riqueza y profundidad de su significado. De ahí que hoy nos detengamos en la vida y obra de la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937), inspiradora y fundadora de las Obras de la Cruz. ¿La razón? Ella creyó en la frase que hemos citado y se la tomó tan enserio que recibió la “Encarnación mística”; es decir, el que Jesús naciera en su interior. Desde luego, no hablamos desde una perspectiva biológica, pues está claro que eso solamente se dio en María, sino teológica. ¿En qué consiste? En la expresión de San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas, 2, 20). Para poder llegar a dicha afirmación el primer paso es creerlo posible. Es decir, confiar en que si nos dejamos hacer por Dios, nos vinculará con él de forma que nuestra persona reciba de Jesús, por medio del Espíritu Santo, esa vida interior que explica cómo es que los santos en situaciones muy difíciles podían mostrarse alegres. Por ejemplo, San Francisco de Asís que, en medio de su ceguera, compuso el “Cántico de las criaturas” o San Juan de la Cruz con sus versos pese a estar preso en Toledo.

Concepción Cabrera, en sus momentos de oración, llegaba a escuchar la voz interior de Jesús. Prueba de ello es que se cumplieron, en tiempo y forma, todas y cada una de las cinco fundaciones que le fue diciendo antes de que se realizaran. En esos diálogos, escucha que Cristo le explica la encarnación mística, ese nacimiento que inspira el tiempo de Navidad y que implica dar un salto de fe. Le dice que quiere “vivir y crecer[1] en su alma, “sin salir de ella jamás[2].  Aunque Concepción Cabrera la recibe un 25 de marzo de 1909, en el contexto de la fiesta de la Encarnación, guarda una relación directa con el camino propio del Adviento, pues el nacimiento de Jesús incluye palabras como vida, crecimiento, unión, vínculo, salvación, etc.

La “encarnación mística”, aunque es un término teológico muy técnico, en realidad nos ayuda a entender que Dios no está perdido en el espacio, tampoco en las alturas o en la abstracción de palabras rebuscadas y aburridas, sino en el interior de cada uno. Por eso, la S.D. Ana María Gómez Campos, decía que Jesús es como un pozo de agua que no se termina y al que podemos acudir constantemente a través de la oración que, de acuerdo con Santa Teresa de Ávila, es participar de la amistad con él. La Navidad no es algo abstracto, sino el recordatorio de que, en realidad, podemos ser casa de Dios; es decir, llevar por dentro un diálogo, un sabernos acompañados por alguien que nos conoce y quiere compartir su forma de ser con nosotros o incluso, como en el caso de la beata Concepción Cabrera, su propio ser.

Cuando Jesús y, con ello, el Padre y el Espíritu Santo, nace en nuestro interior no dejamos de ser humanos, sino que, en lo que somos, se nos abre otra perspectiva. Todo toma un nuevo significado. ¿Cómo llegar a eso? Creyendo que es posible, renunciando al exceso de nuestros propios cálculos y, en lo concreto, en el día a día, preguntarnos: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Y, desde ahí, actuar, aterrizar la fe. No se logra de la noche a la mañana, pero Navidad se presta para empezar.

Jesús, frente a la encarnación mística, le dijo también, hablando sobre sí mismo para ser más claro en su pedagogía: “Yo te doy una nueva vida: aspírala, es de pureza, es santa, es la vida de Jesús, es Él mismo que es la Vida, tu Verbo, que desde toda la eternidad te amaba y te preparaba este día (25 de marzo de 1906)”[3]. Dios, en Navidad, también nos dice a nosotros: “Te doy una nueva vida”. Es decir, la última palabra no la tiene la crisis, ni siquiera el dolor, sino el sentido que Dios nos da para poder lidiar con las dificultades y crecer como personas completas.

Concepción Cabrera de Armida, en medio de su familia, trabajando por la Iglesia en México; especialmente, siendo una voz sobre la necesidad de mejorar la formación de los sacerdotes, generando grupos y diversos proyectos pastorales, fue dejándose, poco a poco, transformar por Dios. A veces, le parecía que todo era producto de su imaginación pero los hechos terminaban, una y otra vez, por demostrarle que aquello venía de Dios, de ese Dios que quiso nacer en su interior.

Lo que transforma la vida de la Iglesia no son los discursos, tampoco el activismo o las categorías sociológicas, sino el dejarse, en primer lugar, encontrar por Jesús. Claro, todo aquello lleva un orden moral, un compromiso social, pero nos equivocamos si dejamos de lado que el único que cambia la vida es Dios. Por eso la experiencia de personas como Concepción Cabrera de Armida nos tiene que ampliar el horizonte.

La Navidad es dejar que Jesús nazca en nosotros y, desde ahí, asumir nuestra vida.

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[1]Cf. Cuenta de Conciencia, pp. 384-386.

[2]Ibíd.

[3]Ibíd.