Antes de convertirse en un gran especialista en la Sagrada Escritura, San Jerónimo era ya un escritor famoso, enamorado de las obras de Cicerón. Un día oyó cómo el Señor le preguntaba:
- Jerónimo, ¿tú de quién eres discípulo?
- De Jesucristo.
- No, eres discípulo de Cicerón.
Captó el mensaje y se decidió a buscar la palabra de Jesús. Y se entusiasmó de tal manera con ella, que partió para Tierra Santa y se fue a la gruta de Belén para traducir la Biblia y meditar y vivir junto a los lugares donde Jesús había vivido, hecho milagros, instituido el sacramento de la Eucaristía y donde había muerto. Su experiencia lo llevó a escribir años más tarde: El que no conoce la Sagrada Escritura no conoce a Jesús, frase que recoge el Concilio en la Constitución sobre la Revelación, número 25.

Nosotros seguramente no podremos ir a establecernos a Tierra Santa. Pero sí que tenemos a mano, muy a mano, la Sagrada Escritura, el Evangelio.

A lo largo de este Tiempo Ordinario acompañamos a Jesús en su ministerio público, en el que los apóstoles experimentan la novedad de su enseñanza y la provocación de sus signos y milagros. Hasta los detalles más insignificantes de su vida ordinaria nos hablan de una personalidad única entregada a la misión de hacer presente el Reino de Dios entre la gente, especialmente entre los más pobres, los enfermos y marginados.
 

El precioso evangelio que hoy proclamamos en la Eucaristía describe lo que los exegetas han definido como una jornada típica de Jesús.

-Por la mañana, acude a la sinagoga y sitúa los acontecimientos posteriores en un contexto sabático, festivo y, por tanto, contrario a cualquier actividad que perturbara el descanso.

-Durante la tarde, tras el culto sinagogal, acude a casa de la suegra de Pedro y la cura. Se acerca a ella, la toca, la levanta... y la respuesta de la sanada es ponerse a servirles. El servicio aparece como una actitud de agradecimiento.

- Al anochecer dedica todo su tiempo y atención a curar a los enfermos de sus dolencias físicas, psíquicas y espirituales. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios. Esta es la actividad que ocupa el centro de toda la jornada.

- De madrugada se levanta buscando la soledad y el silencio para orar al Padre. Cuando la gente perturba este momento buscándole, afirma: Vámonos a otra parte para predicar y curar.

Este es el resumen de su misión.

Escribe el Cardenal Marcelo González Martín[1] a propósito de las lecturas de este domingo:

«La Palabra que se comunica no es nuestra, como dice san Pablo, sino de Dios. Y el anunciar el Evangelio con palabras oportunas o con nuestra conducta cristiana no es fanatismo, ni deshumanización. ¡Ay de nosotros, los que nos decimos creyentes y no hablamos de lo que el Señor nos dejó como su testamento! San Marcos avala lo dicho con la predicación y la acción del Señor que es inseparable del servicio, de la entrega y solicitud por los que le necesitan. La población entera se agolpaba a la puerta, sobre todo los más pobres y necesitados. La cercanía de Dios a los hombres no tiene solo unas miras sociales e inmediatas, sino que sus auxilios y curaciones son una revelación del Dios viviente.
 

Es una llamada a colocarnos en las manos de Dios, alentados por la fe. De manera que no se puede reducir la dimensión de la vida cristiana ni la predicación del Evangelio a repartir bienes materiales o sociales, por muy necesarios que sean. Cristo estuvo más cerca que nadie de los más pobres y necesitados. A muchos les curó o aplacó su hambre y su sed, pero siempre trató de elevarles a una situación de fe y de amor al Padre. Todo el mundo te busca, le dice Simón y sus compañeros. Las palabras venid a mí todos, que yo os aliviaré, fueron realizadas por Él antes de ser pronunciadas. Jesús siente nuestro sufrimiento. Hace suyo el agobio y la misericordia y los convierte en formas de redención. Toda la actividad de Jesús es una revelación de Dios y conduce al hombre hacia Él. Eso es lo que ocurre con los santos, con los que de verdad creen. Jesús lo que mira ante todo es la fe. La ve como obsequio del hombre a Dios, como valor primordial, como atención suprema en la criatura con relación a Dios».
 
PINCELADA MARTIRIAL
Sostenía el Director Espiritual de nuestro Seminario Diocesano, Don Justo López Melús, la teoría de que los santos siempre aparecen en ramilletes; como cuando se coge una cereza del frutero, que casi nunca sale una sola. En las vidas de los santos siempre se unen unos con otros, por amistad, por dirección espiritual, por cartas que se cruzan entre ellos… Eso sucede, por ejemplo, en la vida de San Juan Bosco. Si, por un lado, afirma en sus escritos que un joven dejado a sí mismo fácilmente se inclina al mal, por otro enseña que la santidad no exige únicamente penitencias extraordinarias, largas oraciones y empresas milagrosas, sino el cumplimiento amoroso de los propios deberes. La santidad, repetía, consiste en estar alegres.

Basílica de San Pedro, 2 de junio de 1929. Don Felipe Rinaldi está viviendo el día más hermoso de su vida: Pío XI se dispone a beatificar a Don Bosco. En aquel año, la fatiga y sus setenta y tres años comenzaron a hacerse sentir de una manera alarmante; moriría dos años después. Fue el cuarto Don Bosco; en los nueve años de su rectorado dio un fuerte impulso misionero a la Congregación: partieron para las misiones 1.868 salesianos y 613 Hijas de María Auxiliadora. Fue beatificado por San Juan Pablo II en 1990.

Además del Beato Felipe Rinaldi, de entre los que asistieron a la beatificación de Don Bosco en aquella mañana del 2 de junio de 1929, se encontraba también María del Carmen Viel Ferrando, beatificada el 11 de marzo de 2001 junto a 232 mártires (sacerdotes, religiosos, religiosas y otros fieles cristianos laicos), que dieron su vida durante la persecución religiosa en España de 1936.

El biógrafo[2] de esta Beata, el sacerdote Andrés de Sales Ferri, nos habla de una fotografía que de ella se conserva. Me gustaría que la tuvieseis delante. Es de 1933. María del Carmen tiene cuarenta años. El fotógrafo valenciano era un gran profesional. Su mirada ilumina la luz que intenta retenerla en una instantánea. Sus ojos, como la luz en un cristal, atraviesan el objetivo de la cámara que pretende inmortalizarla. ¡Qué expresión más dulce muestra su rostro! ¡Qué grandeza de alma en su corazón! Su corazón. Eso es lo que descubrió el fotógrafo. Un corazón inmensamente grande.
 

María del Carmen Viel Ferrando nació en Sueca en 1893. Desde niña era piadosa. Era constante en la práctica de los Ejercicios Espirituales y alimentaba su alma en la lectura de libros de formación cristiana. Todo el fuego que almacenaba su corazón se quemó en obras de apostolado. La juventud obrera era su constante preocupación. Movida por el ejemplo de San Juan Bosco, se lanzó a la empresa de fundar el Colegio de María Auxiliadora para educar a la juventud obrera femenina, necesitada de apoyo espiritual. Fundadora también de la Asociación Intereses Católicos y Sindicatos Obreros, trabajó en ellos con total dedicación. Era la figura central del movimiento católico social de Sueca, fue ejemplar como catequista y en la visita a los enfermos y pobres, y en el consuelo a los afligidos.

Monseñor Montero, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, ha escrito que en toda la historia de la Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos; eso sin contar los miles de seglares que murieron por odio a la fe. Lo que más impresiona siempre en nuestros mártires es la extraordinaria fortaleza, la profunda formación religiosa, la mansedumbre, la capacidad de perdón, la disposición tan jubilosa al martirio que llegó incluso a suscitar el estupor de los perseguidores, inclementes, feroces y sin un mínimo de humanidad.

La Beata María del Carmen Viel fue detenida el 2 de noviembre de 1936. Se había trasladado a Valencia y allí fue denunciada por una mujer a quien ella había favorecido mucho. En la noche del 4 al 5 de noviembre era asesinada en la carretera del Saler, cerrando con esto la cadena heroica de sacrificios que fue toda su vida.

Una Iglesia de mártires se convierte en señal orientadora para los hombres que buscan a Dios. Del sufrimiento de los mártires deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque actualizan el sufrimiento de Cristo y transmiten en el presente su fuerza salvífica[3].

No ha sido nunca fácil ser cristiano y no lo es tampoco hoy. Seguir a Cristo exige la valentía de tomar decisiones con frecuencia a contracorriente, decisiones radicales, como hicieron los apóstoles. Con prontitud y generosidad, como nos dice el evangelista: inmediatamente. Nosotros somos Cristo, exclamaba San Agustín. Los mártires y los testigos de la fe de ayer y de hoy demuestran que, si es necesario, no se debe dudar de entregarse por Jesucristo, incluso dando la propia vida. Cristo nos sostiene. Pablo nos lo ha dicho: Nada de divisiones. ¿Quién ha muerto en la cruz por vosotros sino Cristo? Que nos fiemos de Él y con Él hagamos grandes empresas.
 

[1] Cardenal Marcelo González Martín, Palabra de Vida. Todo el mundo te busca. ABC, 8 de febrero de 1997.
[2] Andrés de Sales FERRI CHULIO, Beata María del Carmen Viel Ferrando. Valencia, 2001.
[3] Cardenal Agustín GARCÍA-GASCO, Homilía en la fiesta de San Vicente, diácono y mártir, 22 de enero de 2001.

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