Nuestras vidas son el producto de nuestros pensamientos.
 -Marco Aurelio-       
 
           Una joven esperaba el embarque de su vuelo en un aeropuerto y, dispuesta a hacer la espera algo más placentera, decidió comprarse un libro y un paquete de galletas.
          Se sentó cómodamente y se puso a leer. Al lado de su asiento, donde se encontraba el paquete de galletas, un hombre abrió su revista y se puso también a leer. Cuando ella cogió su primera galleta, el hombre también cogió una.
          ─¡Qué cara tan dura!, pensó.
           Cada vez que ella cogía una galleta, el hombre hacía lo mismo. La indignación de la joven crecía por momentos, pero su timidez la impedía montar un espectáculo. Cuando solo quedaba una galleta, pensó:
          ─¿Y ahora qué piensa hacer este?
           El señor cogió la galleta, la partió en dos y le ofreció una de las mitades. Indignada, la joven cogió sus cosas y salió disparada a su puerta de embarque. Ya en el asiento del avión, abrió su bolso y, con gran sorpresa, descubrió su paquete de galletas, intacto, en el interior. 
 
          Los pensamientos, según sean, hacen de nosotros personas libres o esclavas. No cabe duda que cada uno es lo que piensa. Si se piensa en cosas tristes, se vivirá tristemente; si se piensa en positivo, se vivirá alegremente.
          Si el miedo al fracaso se ha adueñado de nuestra mente y corazón, no tardaremos en ver cómo toda nuestra existencia se arruina. Es, pues, vital acostumbrarse a pensar bien.
          El que la vida sea bella o trágica depende, muchas veces, de cómo se piense, de cómo se oriente. Si se mejora el pensamiento sobre las cosas y personas, todo mejorará en la vida.
 
           Lo que amarga nuestra vida es que pensamos muy poco en lo bueno que tenemos y vivimos pensando en lo que nos falta (Schopenhauer). La felicidad está en disfrutar lo que se tiene y no vivir quejándose de lo que falta.
 
        Esto supone un esfuerzo diario para reorientar nuestros pensamientos; en los dolores y los problemas, deberíamos actuar como si no existieran.
        Hay personas que ponen «peros» a todo. Son profetas de lamentaciones, especialistas en «agua fiestas» y matarifes de ilusiones. Es imprescindible reemplazar los pensamientos y palabras tristes por pensamientos, palabras y obras positivas y entusiastas.
 
        Hay una receta mágica que obra milagros hasta en el corazón más herido y endurecido: dejar los problemas a Dios y darle gracias por todo. Cambiar quejas por acción de gracias. 
        Hay que agradecer a Dios todo lo que nos da. Hay que acostumbrarse a ver con los ojos de Dios, a creer profundamente que de todo, TODO, lo que nos acontece podemos sacar provecho.