Los forjadores de voluntades jóvenes, distinguen las palabras que suelen estar en boca de multitud: «desearía», «me gustaría», «querría»... tener una voluntad y un carácter a prueba de todo.

Pero el carácter no se hereda. El carácter es renuncia, autoeducación, un trabajo espiritual sostenido... Requiere  un «quiero» enérgico y llevarlo a la práctica, cada día, durante meses y años.

-Aristóteles enseñaba: «dueño de tu voluntad y esclavo de tu conciencia».

-Bossuet, en sus conferencias, decía: «Entre los hombres y mujeres, es un gran defecto querer arreglarlo todo, sin arreglarse a sí mismos».

Para arreglarse uno mismo, hay que tener presente que:
1- Quien siembra un pensamiento  recogerá un deseo.
2- Quien siembra un deseo recogerá una acción.
3- Al sembrar una acción –la que sea- adquiriremos una costumbre, buena o mala.
4- Si hacemos crecer una costumbre -positiva o negativa- crearemos un hábito.
Entonces seremos: unos virtuosos o unos viciosos.
5- Y una vez adquirido el hábito… habremos cosechado un «carácter».
Será nuestra propia suerte, nuestra propia día a día -bueno o malo-, ya que fuimos nosotros quienes la escogimos.

San Agustín nos dejó la frase lapidaria para encaminarnos hacia el Bien – hacia Dios- y nunca hacia el mal:
El hombre y la mujer valen… lo que son sus voluntades».