Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
 
2º domingo del Tiempo Ordinario
 
[Ya hemos empezando el llamado Tiempo Ordinario. No es un tiempo litúrgico cualquiera: es el tiempo de re-pasar los misterios de Cristo en su Vida pública. Tiempo para celebrar y contemplar esos misterios, asimilarnos y vivenciarlos e irnos así dejando evangelizar. Al tiempo que vamos aprendiendo a ser discípulos misioneros suyos].
 
Si te ayuda, puedes empezar así: -Estás, Señor… -Estoy, Señor… Que tu Espíritu me guía, me ilumine y fortalezca… Que vaya grabando en mí los mismos sentimientos de Jesús, y me vaya asemejando poco a poco a Él… Lo deseo y lo quiero, Señor. Te lo pido.
 
Del Evangelio de san Juan 1,35-42. (Es mejor tener el texto a mano y leerlo ahora)
  -Contemplamos la escena, nos fijamos en esas miradas y aprendemos algo de ellas. Parece claro que Juan clavó su mirada en Jesús, que aún no conocía, hecho todo un hombre. A partir de esa mirada su corazón ha dando un salto, como cuando estaba en el vientre de su madre Isabel y María la visitó. Y dio en el clavo: Este es el Cordero de Dios, o sea, el Salvador que ha venido a dar su vida por los hombres. Mirar a Jesús fijamente es ser tocado en el corazón. ¿Miro yo a Jesús? Imagínalo y mírale a los ojos, mírale… O mírale en el rostro del otro, del necesitado, del que sufre, míralo… ¿No te dice nada el corazón? ¿Seguro?
-A su vez, Jesús miró a Pedro y le cambió el nombre: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).  Nombre y persona se identifican. Cambiarle el nombre es cambiar a la persona por dentro, cambiarle el corazón y la vida. ¿Te animas a dejarte mirar por Jesús? Haz la experiencia. Déjate mirar por Jesús, déjate mirar sin más, y verás cómo te cambia la vida. Mirar a Jesús y dejarse mirar por Él es un modo excelente de orar, de encontrarse personalmente por Él y dejarle que cambie tu corazón y tu vida. Haz la experiencia. Atrévete. ¿No has intercambiado nunca una mirada de amor fresco y genuino con la que te comerías por dentro a la persona? ¡Pues eso!
    Señor, enséñame a mirarte y a dejarme mirar por ti. Enséñame a hacer algo así en mi oración. Enséñame a mirarte y a dejarme mirar por ti de corazón a Corazón.
  -Otro movimiento importante de esta hermosa sinfonía de encuentros: oír-seguir. Los discípulos de Juan oyen sus palabras y siguen a Jesús. ¿Qué palabras oigo que me inviten a seguir a Jesús? ¿Y cuáles me lo impiden? He de caer en la cuenta de esto porque es decisivo en la vida. Porque hay palabras, y las escucho cada día seguramente, que encaminan hacia Jesús, y otras que no. Me pregunto, además, mis palabras (mi testimonio) ¿orientan a los demás hacia Jesús? ¿O les desorientan? Porque puedo hablar muy bien, en cristiano, pero no vivir como tal. ¿O son palabras vacías, pura charlatanería o para impedir que otros me digan algo? ¡Cuántas palabras inútiles!
    Señor, Dame esa coherencia indispensable entre hablar y vivir. Que sepa vivir y escuchar, y con tu gracia, hablar después convenientemente. Que mi decir y vivir, Señor, orienten siempre al bien, al amor, al servicio, a ti en definitiva. Señor.
  -Pedro inicia su relación con el Maestro a través del testimonio de su hermano Andrés, que ha tenido una experiencia personal y honda de Jesús: estuvo con Él todo un día. Es hermoso y elocuente. ¿Me ha ocurrido a mí alguna vez? Andrés ejerce de mediador y Jesús, sin perder la oportunidad, se muestra cercano e íntimo conocedor de los demás. Este es el buen y mejor apostolado que puedo hacer: el testimonio personal de tú a tú, de boca a boca. ¿Me veo reflejado en este proceder tan normal como cristiano? Con los míos, familiares y amigos, -sin empachar ni hastiar a nadie-,¿deseo y busco la manera simple y llana de darles a conocer lo que he encontrado oyendo y siguiendo a Jesús, leyendo y viviendo su Evangelio, uniéndome a otros que creen y viven lo mismo? Nunca haciendo discursos ni forzando o violentando de alguna manera al otro, y menos creyéndome dueño de la verdad y el mejor de todos. Teniendo esto muy claro: que solo cuando vamos tras Jesús y pasamos tiempo con Él, descubrimos su auténtico rostro y hasta su corazón, y entonces, solo entonces, somos discípulos misioneros suyos. ¿Cómo ando y me siento yo en  todo esto? Para pasar tiempo con Jesús y contagiarme de Él, ¿hace tiempo que no he realizado algún retiro espiritual de algunos días? ¡No lo dejes para más tarde.
    Señor, si me pongo a pensar en mis primeras experiencias de encuentro personal contigo, mi corazón vuelve a rejuvenecer en tu amor, en tu verdad, en tu vida. ¿Será que son pocos los momentos o días que paso contigo y tu presencia se diluye en mi vida? Señor, no lo permitas. Busco y deseo ir de ti a los demás… ¡Y viceversa! Que no me falte tu Espíritu…
   
            Bashige Michel, joven senegalés, se resistía a subir al autobús ante la muralla de Melilla. Le devolvía al desierto; entre la rabia del expulsado y la sumisión del dominado, dejó escrito:
“Estoy seguro de que si conociesen mi historia y la de mis compañeros no me obligaría a volver de donde vengo ni me abandonarían en un desierto sin ninguna posibilidad de supervivencia. Quiero vivir y ayudar a vivir a mis hermanos, solo pido eso. Pensaba contárselo en persona, pero este muro que ha sido levantado entre ustedes y yo hace imposible cualquier encuentro verdaderamente humano entre nosotros y nos obliga a mirarnos desde lejos. Dado que ya no podemos hablarnos, permítanme mirarles a los ojos a través de este muro de separación en forma de alambrada”.