Hace al menos 20 años que no leo Interviú, pero ahora que se anuncia el cierre de la revista la voy a echar de menos. Como echo de menos la España de los Botejara, la canción de Jarcha y el gancho de Luyk. Esto es así porque la adolescencia es una suma de acontecimientos que determinan el carácter. Quiero decir que otros de mi quinta echarán de menos el ron con limón y el gol de Rubén Cano. Yo, estoy seguro, echaré de menos Interviú. Más que nada porque la añoranza, que es la variante tierna de la memoria, no se apuntala sobre congojas, como la melancolía, sino sobre epifanías. Y entre las mías destaca, por su luminosidad, la lectura.

Lo bueno de los niños es que no se guían por apriorismos. En aquella infancia a punto de concluir leer simultáneamente a Gabriel García Márquez y Marcía Lafuente Estefanía me permitía hojear a la vez Arriba e Interviú sin tener en cuenta que eran incompatibles. Si consumada la fase crisálida, ya púber, opté por el semanario frente al diario es porque encontré en él lo que buscaba. Y no me refiero al desnudo de Marisol. O sí, pero no por su contribución al erotismo, sino a la historia. Al fin y al cabo, la imagen de Pepa Flores sin su camiseta ni su canesú certificó el fin de una época y el advenimiento de otra. Si luego la nueva época salió rana no es culpa de quienes la alumbraron.

En el obituario de la publicación no deben faltar loas por su contribución del periodismo de investigación, pero tampoco merecidas críticas por su marcado carácter anticlerical, en sintonía con una izquierda mediática que siempre ha responsabilizado a Dios del desenlace de la guerra. En este aspecto, hay que admitir que, como tantos otros periódicos de la transición, sucumbió al cliché. En otros, sin embargo, acertó de pleno. Vuelvo a Marisol. Como Interviú no era una vulgar revista de destape escogió a un mito del franquismo no tanto para que mostrara sus carnes republicanas como para que simbolizara la llegada de la libertad. Es decir, no para que el macho ibérico babeara sobre el papel cuché, sino para que el español supiera que lo de Suárez iba en serio.