Años atrás los obispos tenían diferenciadas formas de pasar las Navidades. Unos visitaban los monasterios de religiosas de clausura donde dejaban una limosna metida en un sobre. Otros entraban en los hospitales para estar un rato con los niños enfermos y sus familiares. Otros visitaban sacerdotes jubilados o enfermos enclaustrados en sus domicilios. Y los más hacían algo buscando siempre que la mano derecha no sepa lo que hace la otra.

De unos años acá, hemos asistido a la publicidad del acto de caridad fraterna de tales o cuales obispos. Como hoy todo el mundo tiene un móvil a mano, cuando se encuentra cerca al obispo de su diócesis, retrata la situación, la cuenta, la larga a las redes sociales, y asistimos a una carrera de caridades vendidas y tendidas al sol de la publicación consiguiente.

Un obispo me llama para que trate esta alocada carrera de sacar a la opinión pública y publicada la acción caritativa de los varios obispos que lo hacen. Tiene toda la razón este prelado, amigo de no hacer publicidad de su cargo pastoral ni de sus actividades puramente personales de sus actos de caridad en los días navideños. Dice, muy exacto, que esta muestra de haber quien hace lo más dentro de la acción caritativa, hace perder la autenticidad del acto caritativo en sí mismo, llegando a una gala de vanidades y un desfile de hipocresía social, impropio del cristianismo sensato donde la bondad personal la debe conocer solamente Dios y el beneficiado correspondiente.

Con todo, como hombres públicos, los obispos están expuestos a ser objetivo de los muchisimos objetivos de máquinas fotográficas cada vez más perfectas  metida en el interior de los teléfonos móviles. Claro que una cosa es ser objetivos inocentes, y otras, buscar ellos mismos los objetivos para pasar a la posteridad. 

Tomás de la Torre Lendínez