Antes de comenzar a desarrollar el tema, decir que nuestro artículo tiene una ventaja y, al mismo tiempo, una desventaja. Por un lado, está escrito por un laico católico, profesionista y que ha crecido muy involucrado con la docencia, de manera que conoce, desde el terreno, lo que implica formar y acompañar procesos, además de que valora mucho el aporte de las congregaciones religiosas y, desde el aprecio, ha querido desarrollar una reflexión práctica de cara a los que son tanto el presente como el futuro de la vida consagrada. Por otro lado, y aquí surge la desventaja, si bien conoce a los religiosos, nunca ha sido uno de ellos, en el sentido de vivir en comunidad con todas sus implicaciones, por lo que su punto de vista es limitado, de mero observador, reconociendo que hay puntos que requieren un abordaje a partir de los que efectivamente han optado por consagrarse a Dios en dicho estilo de vida. Así las cosas, proponemos tomar lo que pueda servir y dejar para un diálogo posterior lo que nos rebase.
 
Para efectos didácticos, el artículo ha quedado dividido en tres puntos, formulados como una serie de preguntas:
 
 A) ¿Cómo debe ser el paso previo a la admisión en el postulantado; es decir, durante la etapa de promoción o animación vocacional?

  B) ¿Qué es el desarrollo humano integral?

 C) ¿Cuáles son las estrategias o programas para preparar frente a la misión?

 
¿Cómo debe ser el paso previo a la admisión en el postulantado; es decir, durante la etapa de promoción o animación vocacional?
 
El periodo de promoción vocacional es el espacio de tiempo en el que un joven (o no tan joven en el caso de las vocaciones llamadas “adultas”) entra en contacto con la vida religiosa y, poco a poco, va tomando conciencia acerca de la posibilidad de ingresar en ella. Es el momento del acompañamiento primario, aquel que tiene gran importancia por ser la base de lo que venga después. Implica de parte de los que acompañan una sólida experiencia de Dios y, al mismo tiempo, capacidad profesional para detectar síntomas tanto positivos como negativos. Y, dentro de los últimos, evaluar hasta qué punto pueden resolverse, pues hay situaciones en las que incluso pueden ser un indicador de que la vida religiosa no es viable para el aspirante en cuestión. Hay un requisito, junto con la fe, que resulta indispensable en la etapa de promoción: Que el joven tenga algo que perder al entrar (Ejemplos: novia, carrera, trabajo, etc.). Es decir, que lo haga por convicción y no por un fracaso mal atendido o mediocridad. De otro modo, puede ser visto como una salida o fuga de la realidad; muchas veces, por motivos económicos a fin de asegurar un futuro. Cuando se admite a alguien que realmente no renunció a nada, nunca tendrá la certeza suficiente de haber optado correctamente. A lo mejor por la edad aún no tenía novia o trabajo, pero sí la posibilidad de desarrollarse en cualquier otro ámbito. Cuando es así, adelante, luz verde. Desde luego, para que se acerquen jóvenes convencidos, tienen que conocer a religiosos convencidos, cuya vida, al natural; es decir, sin poses o cosas fingidas, invite a vivir el carisma de que se trate.
 
¿Qué es el desarrollo humano integral?
 

Como su nombre lo indica es el crecimiento armónico de la persona humana en sus diferentes dimensiones: Corpórea, espiritual e intelectual. La vida religiosa ha crecido mucho al respecto y eso es un paso que vale la pena mantener siempre. Con el aumento del índice de desintegración familiar, muchos jóvenes llegan con problemas, aunque hay excepciones. En cualquier caso, antes de la primera profesión de los votos y de su vinculación con algún apostolado, es necesario garantizar dicho desarrollo y la debida atención a la dimensión psicológica del aspirante, a su integración en el ámbito de la afectividad y de la sexualidad. Y, por supuesto, si bien las entrevistas y las pruebas son muy importantes, no olvidar que es, en el día a día, en la convivencia comunitaria, que se verá el grado de transparencia y coherencia del futuro religioso o sacerdote. No hay que dar nada por sentado. Además, enriquecer las clases con contenidos profundos (vida espiritual, liturgia, acción social, idiomas, oficios específicos como carpintería, música, etc.).
 
¿Cuáles son las estrategias o programas para preparar frente a la misión?
 

Primero, hay que identificar el carisma de la congregación y sus campos apostólicos característicos. Imaginemos que se trata de una obra que cuenta con espacios educativos tanto escolarizados (colegios, normales, universidades, facultades, etcétera) como no escolarizados (pastoral juvenil). El sentido común nos marca que deberán especializarse en alguna licenciatura que encaje con la realidad de los apostolados, implicando que las casas de formación estén cerca de dichos contextos. En cuanto a la cuestión práctica, cuando un formando es enviado, luego de los primeros votos, a una obra de la congregación, debería asignársele un hermano-maestro para cada área. Por ejemplo, un tiempo con el superior, otro con el director, el administrador y el promotor vocacional. Así se evitará que llegados a la profesión perpetua, carezcan de las herramientas necesarias para asumir las tareas que les correspondan. Está, por supuesto, la misión compartida con los laicos, pero aún así tarde o temprano, como religiosos o religiosas, les tocará tener que tomar decisiones y lo mejor se hará luego de haber estado en el terreno. Por ejemplo, aquel que decida en el caso de un colegio, habrá tenido que dar clases en algún momento, pues de otro modo la visión será incompleta.  
 
También que todos los religiosos tengan experiencia tanto en la ciudad como en la periferia, pues aunque son contextos igualmente valiosos y necesarios, la realidad es muy distinta, justamente porque la pobreza, hija de la injusticia, parafraseando al P. Pedro Arrupe, es tan compleja que llega a ser tanto material como de sentido. La vida religiosa tiene que responder a las dos. Hacerlo, claro está, junto con los laicos, pero reconociendo la variedad de vocaciones; es decir, desde su propia identidad.
 
Conclusión:
 
Hay que formar partiendo de la realidad y considerando los campos de cada congregación. No es cosa fácil la misión. De ahí la importancia de prepararse, de garantizar el relevo generacional que, aún con números complicados, requiere especial atención. Se trata de brindar herramientas, espacios de mejora y, sobre todo, ayudarles a tener un criterio equilibrado, lejano de toda cuestión ideológica, pues la fe es un camino totalmente distinto. La vida religiosa tiene futuro, pero debe ser impulsado desde ahora.