Muchos jóvenes -en este caso, nos referiremos a los que son católicos- buscan una pareja que comparta sus mismos valores para casarse, lo dicen abiertamente e incluso lo comparten en sus redes sociales citando, por ejemplo, alguna reflexión o video del Papa sobre el noviazgo, lo cual, es algo bueno; sin embargo, sucede que cuando se encuentran con ese alguien que buscaban, se ponen nerviosos(as) y, por miedo al compromiso, al darse cuenta que la otra persona quiere algo serio (que no por serio significa raro, aburrido o santurrón), deciden buscarse mil pretextos para dejar pasar la ocasión de una relación de verdad.

No estamos diciendo que haya que ser ingenuos, aceptando a la primera persona que aparezca o que baste con que sea católica, sino que, muchas veces, gana el exceso de cálculos, el miedo, eliminando cualquier posibilidad, no obstante el estar enamorados. Muchas veces, se ha escuchado decir: “es demasiado(a) bueno(a)” (ósea que quiere hacer las cosas bien) como pretexto para no iniciar una relación. No es coherente -ni inteligente- como católicos, buscar un matrimonio estable a partir de un noviazgo carente de valores. Entonces, ¿quieren o no a una pareja que valga la pena? Se trata de una pregunta clave en plan de auto-crítica.

¿Qué toca? Animarse. Desde luego que debe darse de manera natural el querer compartir el tiempo juntos, pero es un hecho que, tarde o temprano, habrá que ir más allá del sentimiento inicial, ponderando si se trata de la persona indicada. No vale descartarla por ser buena, madura, interesada en una relación seria, etc. Tampoco, dejarse llevar por las opiniones de los demás. Se vale pedir consejo, pero no a cualquiera. Buscando algo idealista no se avanza. Hay que partir de la realidad y, desde ahí, aprovechando que el otro ofrece una visión compartida, iniciar la relación de noviazgo.