S. Teresa del Niño Jesús narra la experiencia que sigue:
«En mi comunidad hay una Hermana que tiene el don de desagradarme en todo: con sus modales, con sus palabras, con su carácter. Sin embargo es una santa religiosa y que debe ser sumamente agradable a Dios.

»A fin de no ceder a la antipatía natural, me dije que la caridad no debía consistir en simples sentimientos sino en obras. Me dediqué a portarme con esa Hermana como lo hubiera hecho con la persona que más quiero.

»Cada vez que la encontraba, pedía a Dios por ella. Le ofrecía todas sus virtudes y su méritos. Trataba de prestarle todos los servicios que podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas.

»Trabajábamos juntas. Cuando mis combates interiores eran muy fuertes y quería contestarle, entonces huía como un desertor. Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca sospechó los motivos de mi conducta y vive convencida de que su carácter me resultaba agradable.

»Un día, en el recreo, me dijo con aire muy satisfecho:
— “¿Querría decirme qué atractivo halla en mí? ¡No la encuentro una sola vez sin que me dirija una sonrisa!”
»¡Ay! —decía Teresa—, lo que me atraía era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús hace dulce lo más amargo

Quien se vence a sí mismo, sabrá amar a los demás.
Y quien ama a los demás, cosechará alegría.





Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.