Hemos sido llamados a la existencia para amar y ser amados,
 y la energía creadora debe definirse por el AMOR.
-Henri Bergson-
 
              Soy un asiduo espectador de los fuegos artificiales que se queman en las fiestas de San Fermín de Pamplona. Un año, no sé por qué, en mitrad del espectáculo me sorprendí haciendo oración; al ver el reguero luminoso que dejaba un cohete mientras subía al cielo y, llegado a su cenit, explotaba en mil pedazos que descendían a la tierra, pensé:
 
          ─Así debiéramos ser los cristianos: un sendero luminoso que asciende buscando a Dios y cuando lo encuentra, explota en mil luminarias que descienden hacia los hombres iluminándolos.
          Aseguran los doctos en espiritualidad, que la verdadera experiencia mística se proyecta hacia el infinito de Dios, pero no se queda suspendida en la luz de la altura; regresa a los hermanos, a la historia, a la tierra.
          El filósofo francés Henri Bergson (18591941) decía en su libro Las dos fuentes de la Moral y la Religión: Hemos sido llamados a la existencia para amar y ser amados, y la energía creadora debe definirse por el AMOR.
 
          Sí, la energía creadora del universo fue el Amor y este universo todavía no está terminado, sigue su ritmo evolutivo hacia el Amor. Por eso, hasta que llegue el final de los tiempos y el universo material llegue a su fin, el amor seguirá siendo la energía poderosa que va perfeccionando las cosas y, sobre todo, va santificando y espiritualizando a los hombres.
 
          Pensar que con solo medios humanos se va salvar el mundo es un despropósito; pero creer por eso que no hemos de trabajar con entusiasmo en emplear medios humanos, es una exageración.
 
          El equilibrio nos lo aporta San Ignacio de Loyola, según nos dice su biógrafo Rivadeneyra: En las cosas del servicio de Nuestro Señor que emprendía, usaba de todos los medios humanos para salir de ellas y de tal manera confiaba en Dios que estaba pendiente de su divina Providencia, como si todos los medios humanos que tomaba no fueran de algún efecto.
 
          Por eso, después de un rato de oración, tenemos que volver a los hombres para repartir semillas de luz que fundan el hielo e iluminen las tinieblas de muchas de las personas que nos rodean.
 
          Es obvio: el amor de Dios no es tal si no es también amor a los hombres. El mucho rezar sin irradiación caritativa a los hombres, es como un cohete que se pierde en la altura; no explota y no desciende iluminando a la humanidad.
 
          Puro fuego de artificio.