Un hombre que llaman Jesús ha vuelto de la muerte.
 
Léanlo otra vez. Un hombre estaba muerto y ahora vive.
 
Hay una tumba vacía en el mundo y no es porque los huesos se hayan convertido en polvo.
 
Ese Jesús ha resucitado.
 
Y ustedes se lo creen y quieren que me lo crea.
 
Bien. Estoy en "shock".
 
Me dicen, me repiten, que la muerte no es el final. Que este Jesús que ha resucitado afirma que todos, todos, vamos a resucitar también.
Y lo afirma con mucha seriedad, convencido.
 
O sea, ¿me está diciendo que no hay que temer a la muerte? ¿Es eso?
 
No hay muerte. Es un paso, una puerta.
Luego, más o menos pronto, se resucita y se vive para siempre.
 
Y ustedes, ustedes quieren que me lo crea.
 
Ustedes, que deberían llevar puesta una sonrisa de oreja a oreja a todas horas, ustedes, los de negro, quieren me crea que se creen lo que dicen.
 
Si eso fuera cierto, si este Jesús hubiese resucitado y yo me lo creyese de verdad, estaría riendo siglos y siglos, de alegría y de felicidad; lloraría al mismo tiempo, de alegría y de felicidad, y bailaría y saltaría y hablaría con las nubes y los geranios y los pinos y los pájaros y los trenes y las piedras para convencer a todos de que la vida es eterna. ¡Eterna! ¡Para siempre!
 
-Por eso las rosas son rosas y blancas y rojas y amarillas y los jilgueros cantan y el cielo se pinta como si lo pintara Velázquez y los niños miran con esos ojos. Sí. Es la vida. Eterna.
 
Y ¿por qué las caras serias y las prisas y el dinero y el grito y el disparo y el robo y el llanto? ¿Por qué no nos dicen que todo el mal no vale nada, no puede nada, no es nada, no hace nada, porque la vida es eterna?
 
Porque ese Jesús que murió vive. Vive. Vive. Está vivo.
 
Ha resucitado.
 
¿Por qué me hablan de religión y de ritos y de moral y de bondades pequeñas y estrecheces del alma? ¿Por qué me hablan del alma?
 
¡Qué me importa el alma si Jesús vive!
 
Quiero vivir con él y como él, quiero vivir feliz, siempre, siempre. Y puedo porque él, Jesús, ha resucitado y ustedes no me lo cuentan como es. Ni me lo cuentan cada minuto de mi vida. Me lo cuentan de pasada, de Pascua, de Semana Santa, con caras serias y gestos adustos.
 
¡Ha resucitado! ¡Qué más da todo! ¡Qué importa!
 
El Cielo es la Vida y en la Vida ya no hay artistas porque todo es arte, ¿no lo comprenden? No hay poetas porque todo es poesía. No hay adultos adustos porque todos son niños. No hay razones que no sean amores. El Cielo es cursi y azul porque así lo quieren todos los niños, y las niñas lo quieren rosa y cursi, cursi y dulce de caramelo dulce. ¡El Cielo!
 
¿Catequesis? ¿Apostolado? ¿Qué dicen? No les entiendo.
 
Jesús vive. El Cielo existe. Y la muerte no es el final de nada.
 
¿Se lo creen? No lo parece.
 
Si se lo creyeran, no podrían hablar de otra cosa.
 
Por mi parte, desde ahora, me limitaré a repetir como un loro feliz:
 
-Jesús vive. El Cielo existe y la muerte, no. ¡Jesús ha resucitado!
 
En verdad, ¡ha resucitado!