La Iglesia, debido a la suspensión de las celebraciones públicas por el coronavirus, ha descubierto como nunca la importancia de Internet y las redes sociales para poder acercarse al mundo de hoy. Por supuesto que nada se compara con participar en una Misa de forma presencial y poder comulgar; sin embargo, como lo ha señalado el P. Santiago Martín, es un hecho que el funcionamiento de las llamadas parroquias virtuales deberá continuar aún después de la pandemia. No como sustituto de la asistencia física, sino como complemento, pues el resultado ha sido exitoso y sería un error garrafal dar marcha atrás.

Es verdad. Debemos, por otro lado, evitar la saturación de contenidos o desplazar el encuentro personal de los unos con los otros (una vez que las condiciones sanitarias lo permitan); sin embargo, con transmisiones puntuales y pedagógicamente articuladas, es posible brindar un aporte complementario que, en lo virtual, haga presente a Dios sin desacreditar lo demás. Recordemos que el cristianismo, desde el inicio, ha sabido entrar en la cultura; misma que en la actualidad ya no puede entenderse fuera del contexto digital.

Ahora bien, otro beneficio de la virtualidad es que los diferentes carismas que existen en la Iglesia pueden ser presentados a personas que viven en lugares a los que “x” orden, congregación o movimiento no ha llegado. Por ejemplo, en mi caso, aprecio mucho a la Orden de Predicadores y a los Misioneros del Espíritu Santo por la profundidad de sus contenidos; sin embargo, en mi ciudad, no hay comunidades de ninguno de los dos. Gracias a la virtualidad, puedo crecer con sus reflexiones, aunque no los tenga físicamente tan cerca.

El punto es que lo que se ha logrado construir en tiempo récord no se pierda. Al contrario, aprovechar el impulso (sin duda, derivado de la acción del Espíritu Santo en medio de la historia) para mejorar en materia de contenidos, oratoria, calidad de la producción y lo que haga falta para tomar la experiencia acumulada y ofrecer espacios vigentes que ayuden a la nueva evangelización.