Adela Kamm, la muchacha suiza que enfermó a los 20 años:
— que tenía su habitación siempre llena de flores como si se tratara de un altar;
 â€” que supo ofrecer, a cuantos acudían el perfume de sus virtudes, aunque sufriera grandes dolores;
— que fue un testimonio vivo de aquella alegría reservada a quienes creen y esperan la resurrección con Cristo, aunque estén clavados en el lecho del dolor;
 â€” que tenía una frase que bien podría esculpirse en el frontispicio de cualquier casa o en la mente o en el corazón de cualquier persona:
«Es necesario saber florecer allí donde Dios nos ha plantado.»
Y ella —Adela Kamm— supo florecer con su fe, con su gran esperanza, con su sonrisa permanente, con gran optimismo y alegría... los nueve años que duró su enfermedad: pulmón, cabeza, corazón, ojos, sucesivamente heridos; miles de inyecciones; diez operaciones quirúgicas y la muerte a los 29 años.        
 
Foucault escribe: «No se puede medir la gloria de nadie, ni el mérito adquirido, ni la alegría vivida... sin conocer el camino que ha recorrido para conseguirlo.»

Evidentemente para obtener la alegría de la vida hemos de copiar en nuestras existencias la fe y la esperanza en la resurrección de Cristo que están resumidas en la frase de Adela:
«Es necesario saber florecer (vivir con alegría), allí donde Dios nos ha plantado» (allí donde vivimos, en las circunstancias en las que nos ha tocado vivir...).




Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.