Se llamaba Francisco Gárate (18571929). Estuvo de portero durante 41 años en la Universidad de Deusto. Vivió pegado a la puerta: la abría y la cerraba; recibía a profesores, a estudiantes, a familiares, a quienes se equivocaban, a los pobres... Y siempre contento y alegre.
 
Los estudiantes le llamaban, le pusieron el apodo «Hermano Finuras», porque a todos recibía:
con la misma actitud de bondad,
con una educación esmerada,
con un rostro sonriente,
con las mejores maneras y
con gran respeto y alegría...
 
Y ello tanto a gente educada, respetuosa, de virtud... como a los pagados de sí mismos, a los impertinentes, a los exigentes, a los pedantes, a los intransigentes, a los maleducados...
A todos atendía y trataba con gran caridad y alegría.

Un testigo declara:
— «Estaba siempre alegre, siempre risueño y de buen humor
Otro afirmaba:
— «Era un hombre inalterablemente sonriente y atento.»
 
El P. Pedro Boetto, más tarde cardenal, visitó oficialmente la Universidad y quedó admirado de cómo el Hno. Gárate conservaba su serenidad de espíritu y su inalterable sonrisa en medio de aquel barullo.
Un día le preguntó:
— «¿Cómo se las arregla para atender a tantas cosas y mantenerse a su vez en calma y tan tranquilo, sin jamás impacientarse?»

El Hno. Gárate contestó:
— «Padre, yo hago lo que puedo; el resto se lo dejo al Señor. Con su ayuda todo se hace ligero y suave; servimos a buen amo
 
El Santo Hno. Gárate contaba con sano humor que «al entrar en la Compañía de Jesús había apuntado llegar a ser un día Padre General... pero que se quedó en hermano portero. Si hubiese apuntado a ser portero, me habría quedado fuera.» Y reía.
 
Gárate, sirviendo con alegría... llegó a la santidad.





Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.