Me fui con un grupo de amigos a Xico. Se trata de un lugar certificado como “pueblo mágico” por su valor cultural y natural en el estado de Veracruz, México. Muy cerca de Xalapa, la capital. Rentamos una casa a orillas del río con varias caídas de agua. Un paisaje verde, lluvioso, tipo postal. El caso es que, por su ubicación un tanto remota, no pudimos tener acceso a la señal del celular (móvil) durante el tiempo que estuvimos disfrutando de la naturaleza. Aunque parezca mentira, a mí me costó mucho trabajo desconectarme. Es tan fuerte la costumbre que revisaba el teléfono de forma mecánica, aun sabiendo que no funcionaría para recibir o mandar mensajes. Así las cosas, no pude dejar de recordar que, siendo un católico practicante y, por ende, familiarizado con la oración, tenía que esforzarme más por desprenderme a fin de vivir en el mundo real, el cual, es muy distinto del virtual. No es malo hacer uso del teléfono, pero debe darse sin descuidar la dosis de silencio que todos necesitamos para poder conectarnos con Dios.

Nos cuesta escuchar y escucharnos. Por eso, muchas personas terminan perdiendo la fe. Simple y sencillamente, suspenden gradualmente su trato diario con Jesús hasta dejar que las cosas se oxiden. Ahora bien, lo alarmante no es que nuestro alrededor sea ruidoso, sino que dentro de la Iglesia lo seamos. Esto incluye espacios de retiro, oración y liturgia. Si bien es cierto que hay muchas formas de hacer oración, ninguna debe sustituir el valor del silencio, pues de otro modo terminamos ofreciendo lo mismo que hay en otras partes o contextos fuera de la Iglesia. Tenemos que plantear algo original, distinto, contra corriente y eso es el silencio.  A veces, con demasiados monitores y moniciones, además de algunos cantos poco apropiados, en vez de facilitar, terminamos por obstaculizar las adoraciones eucarísticas u horas santas en las que muchos buscan justamente, libres del ruido de la calle, encontrar la paz y dialogar con Dios sin que nada ni nadie los distraiga o agobie. Sin duda, es necesario educar en el silencio que da lugar a la oración. No significa que deba ser algo rígido. Antes bien, se trata de ir poco a poco. Por ejemplo, diez minutos en total silencio frente al sagrario y así sucesivamente hasta dar nuevos pasos.

La falta de espacios de oración, termina por destruir a cualquiera en el sentido de que se va perdiendo la profundidad necesaria al momento de tomar decisiones. Por eso vale la pena hacer la prueba, tener un tiempo reservado para estar a solas con Jesús y, desde ahí, leer los acontecimientos, aprovechando el momento presente. 

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Audio sobre la vida y obra de la Venerable Concepción Cabrera de Armida: https://mx.ivoox.com/es/concepcion-cabrera-armida-audios-mp3_rf_21064709_1.html