BARCELONA MÁRTIR
    Los Claretianos tenían en Barcelona dos Comunidades en 1936. La de la calle Gracia con 56 individuos, Gobierno Provincial de Cataluña, Colegio Bachillerato, atendían a una Iglesia con mucho culto, Ministerio de la Predicación y servicio de ancianos y enfermos. En la calle Ripoll vivían nueve Claretianos dedicados a la Procura de la Misiones de Guinea Ecuatorial y como sucursal de la Editorial Coculsa de Madrid. De  los 65, 20 dieron su vida por Cristo. De solo ocho se han podido recoger datos suficientes para su beatificación.
   El asalto a la Comunidad de Gracia fue espectacular. A las tres y media del domingo 19 de julio, alarmó a los pacíficos moradores. Poco después se convirtió en un tiroteo. El P. Superior habló con la Guardia Civil. Le aconsejaron la huida. Cada uno buscó un cobijo donde mejor pudo. ¿Y los ancianos y enfermos? Con ellos quedaron el P. Provincial y varios responsables. Cuando tenían todo arreglado para trasladarlos al hospital, fue imposible. La casa ardía por los cuatro costados. Con los bidones de gasolina, con los tres disparos realizados por el cañón emplazado delante de la puerta de entrada, con la amenaza de fusiles y ametralladora y con el humo que llenaba todas las estancias, parecía una escena apocalíptica.
   Reunidos en el patio los 9 que quedaban en casa, se entregaron a los milicianos. Alguien propuso matarlos allí mismo. El P. Montaner, futuro mártir, salvó la situación de momento. Llevados a la Comisaría de Gracia, a las pocas horas, los enfermos estaban en la Clínica Victoria y los demás en libertad. Aquella misma noche, todos pudieron contemplar cómo ardía la iglesia y escuchar el ruido ensordecedor de su hermosa cúpula.
   Los Padres Gumersindo Valtierra y Cándido Casals declararon, sin tapujos, su realidad religiosa y sacerdotal que los llevó a la muerte. El seminarista Ángel Esteban conservamos la despedida de la dueña que le hospedaba: “Doña Ángela, en estos días ha sido usted para mí más que una madre, le estoy muy agradecido. Sé que me van amatar, pero moriré tranquilo, porque seré mártir y me iré al cielo”.
  El P. Jacinto Blanch era un religioso destacado por su ciencia y por su virtud. De él se decía: