Se llama Humberto Almazán. Nació en México y llegó a la cima como actor de cine. Actuó como protagonista en películas junto a actrices de la talla de Ingrid Bergman, Jean Moreau, Sofía Loren o Ana Magnani.
 
Se casó con una joven francesa, que murió a los ocho meses de matrimonio, cuando esperaban el gozo de la paternidad.
Después del golpe se entregó más a su trabajo y fue ovacionado por públicos internacionales.
Pero Almazán sentía un vacío que él no sabía explicar. ¿Por qué no era feliz?
Y se hizo religioso de la Orden de los Santos Apóstoles.
 
Desde su ordenación sacerdotal su interés principal se inclinó hacia los enfermos leprosos. Y pidió a sus superiores poder marchar a la remota isla de Bali (Indonesia) junto a otro misionero para hacerse cargo de 700 enfermos de lepra, aunque fuera un número excesivo para dos personas. Y hacia Bali se fueron.

Para allegar fondos y reclutar personas dispuestas a ayudarles, iba de vez en cuando a Estados Unidos, Canadá, Australia. Daba conferencias y recaudaba dinero para construir nuevas chozas y hospitales para sus enfermos.

Preguntado sobre: «¿Qué trabajo hacía en Bali?», contestó:
«Procuro aprovechar el pequeño talento que Dios me ha dado, y recorro los poblados haciendo reír y llevando un poco de alegría a los enfermos de lepra. Ya que esos enfermos sufren la humillación de verse rechazados de todas partes, incluso de familiares y amigos y son apartados de toda civilización.
»Pienso y compruebo que la risa, un poco de alegría es tan necesaria para ellos como los medicamentos que han de tomar.»
 
Dicen que la risa es una terapia:
— acelera la respiración,
— hace más fluida la circulación sanguínea;
— se irriga mejor el cerebro;
— desbloquea el estrés y la depresión,
— y humaniza a la persona que vive constreñida.

Los entendidos dicen que la risa brota espontánea desde lo más hondo del corazón sencillo y sufriente.






Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.