No es fácil “estar en el mundo, sin ser del mundo”. Una expresión antigua pero que, en realidad, describe perfectamente la tarea de los laicos. ¿Cómo podemos entender hoy “estar sin ser del mundo”? Habría que replantearla: “Estar, sí, pero no de cualquier manera”. ¿Cuál es, entonces, la diferencia? Pasar de católicos por herencia familiar o cultural a católicos de convicción. De modo que nuestra presencia parta del ser como Jesús; es decir, imitándolo. Por ejemplo, no quedándonos en lo aparente y superficial. Antes bien, ir al fondo y eso se logra, en medio del movimiento de cada día, con espacios concretos de oración, porque no somos activistas, sino bautizados. El cristianismo es un proyecto ininterrumpido a lo largo del tiempo. De ahí la importancia de saber adentrarse en los problemas del mundo actual.

Es vivir lo que los demás viven –cumpleaños, viajes, compromisos familiares, trabajo, escuela, etc.- pero con un enfoque distinto que no nos hace más que los otros, pero si permite abordar la realidad desde otra perspectiva. Por ejemplo, el “todo vale”, no aplica. Antes bien, “discernir lo que vale”. Y es ahí que se aborda la vida por medio de una experiencia, la de Dios, en cada uno, pero ¿cómo es eso? La fe no llega de la nada. Se trata de algo que recibimos desde fuera por la palabra (y el ejemplo) de alguien más y, al percibirla, si estamos abiertos, genera una certeza para toda la vida y que, a base de pruebas, lejos de venirse abajo, crece, liberándonos y ayudándonos a ser felices, de modo que lo contagiamos y así sucesivamente. Claro, esto no significa que laico quiera decir sonreír de forma exagerada, ridícula, sino tener razones para plantear que la fe, lejos de ser algo medieval o absurdo, lleva a la sabiduría, a la profundidad y, sobre todo, a la capacidad crítica frente a un contexto relativista.

Entonces, el laico sabe abrir caminos, aclarar situaciones, pero de forma existencial y no meramente teórica. Es, en muchos casos, el único punto de contacto que, en medio del secularismo, tienen las personas con la Iglesia y, como el mensajero, influye en la aceptación o rechazo del mensaje, no es algo menor. Debo hacerlo con naturalidad. Es decir, renunciando al clericalismo, tal y como lo ha pedido el papa Francisco. Llegar a donde los sacerdotes, por tener que ocuparse de otras tareas (igualmente importantes), no pueden.