En el artículo que publica José Arregi en el diario Deia y del que se hace eco Religión en Libertad, el franciscano vasco desliza la siguiente afirmación que dirige insolentemente al nuevo Obispo de San Sebastián Monseñor Munilla:

 

            No es casualidad que usted sea tan ferviente nacionalista español y tan visceral antinacionalista vasco”.

 

            Nada nuevo bajo el sol. Se trata de un argumento muy antiguo, obsoleto diría yo a estas alturas, consistente en comparar dos nacionalismos supuestamente antagónicos que se retroalimentan el uno al otro, de manera que a más nacionalismo de un tipo, más nacionalismo del otro.

            El autor de la entelequia fue, en su día, el Sr. Arzallus, uno de los políticos de más baja catadura moral que haya dado nunca España, el de las nueces parabellum que unos disparaban y otros recogían, quien hace ya algunos años declaró aquello de que “a más nacionalismo español, más nacionalismo vasco”.

 

            El Sr. Arzallus confundía deliberadamente dos conceptos que, por parecidos que puedan presentarse, son bien diferentes y poco tienen que ver entre sí: patriotismo y nacionalismo. El patriotismo consiste en el sano y desinteresado amor a la que se considera la patria propia: existe un patriotismo español, pero existe también, claro está, un patriotismo vasco que ni siquiera tendría porqué entrar en conflicto con el español, aunque por desgracia algunas personas los sientan como incompatibles.

 

            Nacionalismo en cambio es otra cosa: nacionalismo es poner el concepto de la nación que se entiende como propia en el centro de todo el pensamiento político, económico, social y hasta religioso (como parece ser el caso en lo relativo al Sr. Munilla), y condicionar toda la antropología personal a él. En otras palabras, el nacionalismo es la enfermedad del patriotismo.

 

            El Sr. Arzallus entonces y el Sr. Arregi hoy, aunque dicen comparar nacionalismo vasco con nacionalismo español, lo que comparan en realidad es nacionalismo vasco con patriotismo español, con el solo y deliberado deseo de confundir.

 

            De que lo que hay en el País Vasco es nacionalismo es suficiente prueba la propia existencia de un partido político llamado Nacionalista Vasco que ha puesto el acento de tal forma en su idea nacionalista de la cuestión, que considerándose a sí mismo democristiano es capaz de votar una ley de aborto para obtener nuevas contrapartidas en su lucha nacionalista. Otros nacionalistas vascos, aún peores, son capaces de romperle la nuca a un semejante del que nunca recibieron ofensa alguna y decir que lo hacen "por su nación". Asemejan en eso a tantos que antes que ellos ya lo hicieron, y hasta se sirvieron de la perversa ideología nacionalista para justificar e intentar el total exterminio de razas enteras.

 

            Nacionalistas españoles, por el contrario, existen pocos, ninguno desde luego que yo conozca. Conozco por el contrario, y muchos, a buenos patriotas españoles, que quieren a su patria y no se avergüenzan de ella, que saben que ser español es ser también europeo y ciudadano del mundo, que aman igualmente a su patria chica, y que, sobre todo, no venderían su conciencia "por un trozo de nación". Entre ellos espero contarme.
 
             Mucho me temo que en la entrañable región española del País Vasco lo que falte sea patriotismo (aunque sea vasco) y lo que sobre nacionalismo.