En los siglos IV-V había unos padres, unos ermitaños, que vivían en los desiertos de Egipto, Palestina, Arabia y Persia.
Uno de ellos, el abad Pastor, un día preguntó al abad Antonio qué debía hacer para gozar de la paz y de la alegría espiritual. El abad Antonio le dijo:
 
— «Jamás confíes en tus propias virtudes, por años que lleves ejercitándote en ellas.
— »No te inquietes por una cosa una vez hecha.
— »Controla tu lengua, tus palabras. Ellas son causa de muchos disgustos y de intranquilidad interior.
— »Controla tu estómago, tu vientre y abstente del vino.
— »No discutas con nadie.
— »Si alguien te habla con rectitud y ves su buena intención, tú dirás: “”.
— »Y si habla equivocadamente, torcidamente, le dirás: “Tú sabrás lo que dices.” Pero no discutas con él acerca de las cosas que te haya dicho.
— «Si así lo haces, vivirás en paz y tendrás alegría.»
 
El abad Hiperiquio solía aconsejar:
— «Es mejor comer carne y beber vino que, mediante la calumnia o la palabra maledicente, devorar la carne y el espíritu de tu hermano. Éste tal no tendrá paz interior ni vivirá la alegría espiritual.»





Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.