Paul Claudel, en el drama El padre humildad, pone en boca del Papa el siguiente mensaje, dirigido a Oriano de Homodannes:
 
«¡Oriano, hijo mío, haz ver a los hombres que no tienen otro deber en el mundo que la alegría!
»La alegría que nosotros conocemos y que nos ha sido encomendado dar, transmitir a los demás.
»Hazles comprender que la alegría no es una palabra vaga, un insípido lugar de sacristía, sino que:
»La alegría es una noble, brillante, íntima y profunda realidad en comparación de la cual todo lo demás... es nada.
»La alegría es algo humilde, material y espiritual, unido, como el pan que se apetece; como el vino que se encuentra bueno, como el agua cuya falta nos hace morir, como el fuego que quema, como la voz que resucita.»
 
— Aunque vivas en un lugar maravilloso, estés rodeado de comodidades y ocupes un puesto eminente en la sociedad...
Sin alegría... todo ello es nada.
 
— Aunque tengas dinero para satisfacer todos los caprichos en el comer, en el vestir, en el vivir... pero si en tu vida —en tu interior— no hay alegría... todo ello es nada.
 
— Aunque triunfes en una profesión y en la vida y goces de bienes intelectuales, incluso espirituales y morales... pero si en tu interior no hay alegría... todo ello vale bien poco o nada.
 
El Papa Juan Pablo II pide a los seguidores de Jesús:
— «¡No apaguéis la alegría!
»¡Habituaos a gozar de esta alegría!
»¡Testimoniad vuestra alegría!»

El Cristianismo no sólo es una invitación a la alegría (Flp 3,1;4,4) sino un mensaje de alegría (Lc 2,10). Más: es un deber la alegría. La alegría es una de las mejores apologías del Cristianismo.





Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.