San Juan Bosco consideraba la alegría como uno de los principales medios de educar al niño, al joven, a la persona.
 
El Santo contaba que de joven «cuatro compañeros míos querían llevarme al desorden. Eran los más dejados en el estudio y empezaron a venir a mí para que les ayudara en los deberes. Con ello merecí su estimación y afecto. Después me buscaban en la hora de recreo, después para escuchar mis historias y posteriormente sin ningún motivo. Nos encontrábamos bien juntos.»
 
Y formaron un grupo. Juan lo bautizó con el nombre «La sociedad de la alegría», cuyo reglamento era muy sencillo:
1. Ninguna acción ni conversación que pudiera hacer sonrojar un cristiano.
2. Cumplir los deberes escolares y religiosos.
3. Ser alegres.
 
La alegría fue la idea fija de Don Bosco. San Domingo Savio, su alumno preferido, que también es santo, llegó a decir:
— «Hacemos consistir la santidad en el hecho de ser y estar muy alegres.
— »Intentamos evitar el pecado, todo aquello que nos roba la alegría del corazón.»

Para Don Bosco la alegría es la profunda satisfacción que nace de saber que estamos en las manos de Dios y, por tanto, en buenas manos, en las mejores manos.
Sabía que los niños alegres son, de ordinario, los más sanos...
Sabía que la alegría es un eufemismo con qué se indica un valor muy grande: «la esperanza cristiana».
 
En su obra, San Juan Bosco insistió en esa actitud:
— Quería que hubiese alegría en los patios de recreo, en el salón de estudios, en la clase, en la capilla, en el juego...
 
— Señalaba, además, el benéfico influjo de la alegría sobre la inteligencia. Decía:
«Para digerir el saber hay que haberlo recibido con apetito; ahora bien, la curiosidad sólo se convierte en vida y en vida sana... tan sólo cuando quienes lo reciben son alegres, felices.»




Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.