Santa Teresa del Niño Jesús cuenta el siguiente hecho:
— «Me ofrecí a conducir a una Hermana enferma a la capilla y al refectorio. Todas las tardes, cuando veía a la Hermana que agitaba el reloj de arena, sabía que eso quería decir: “Vamos”.
 
»Al principio me costaba. Sin embargo, acudía inmediatamente y a continuación comenzaba toda una ceremonia. Había que mover y llevar la banqueta de una determinada manera y sobre todo no ir de prisa. Había que ir detrás de ella, sosteniéndola por la cintura para que no se cayera. Yo lo hacía con la mayor suavidad posible pero no siempre a gusto de ella.
 
»En el refectorio había que sentarla y actuar hábilmente para no lastimarla; luego había que recogerle las mangas (también de una manera determinada) y ya podía marcharme.
 
»Con sus pobres manos deformadas, echaba el pan en la escudilla como mejor podía. No tardé en darme cuenta de ello, y ya ninguna tarde me iba sin haberle prestado ese pequeño servicio. Como ella no me lo había pedido, esa intención la conmovió mucho, y gracias a esa atención me gané por completo sus simpatías, y sobre todo (lo supe más tarde) porque, después de cortarle el pan, le dirigía, antes de marcharme, mi más hermosa sonrisa
 
Dirigir una hermosa sonrisa a una persona enferma, preocupada, que lo pasa mal... es obra del amor, de la bondad.

Santo Tomás Moro: “Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.”





Alimbau, J.M. (2017).  Palabras para la alegría. Madrid: Voz de Papel.