La alianza genera un modo nuevo de orar, superior a la oración "natural" o la oración que como criaturas se eleva al Absoluto.
 
Ya es escucha y respuesta; palabra que se da, obediencia que recibe y se entrega a Dios.
 
Pero, además, von Balthasar mostraba esa Alianza cumplida en Jesucristo, la Palabra que viene de Dios porque es consustancial a Dios, y la palabra que nosotros mismos elevamos en Él a Dios.
 
Ahora el autor, profundo (y con lenguaje difícil, también hay que reconocerlo), avanza en ese apartado sobre la alianza llegando al Espíritu Santo, quien realiza en nosotros la oración.
 
 
"b) El Espíritu de diálogo
 
El Jesús pre-pascual nos promete el Espíritu que nos introducirá en su verdad completa (Jn 16,13s), el Jesús pascual nos lo insufla (20,22), este Espíritu que es el "nosotros" personal entre el Padre y el Hijo, sin hacer desaparecer su alteridad, sino destacando su unidad sustancial. Se ha "derramado en nuestros corazones" como "amor de Dios" (Rm 5,5), de manera que el Apóstol nos lo puede certificar: "no habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor; habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos (que se nos confiere en la adopción), que nos hace gritar: ¡Abba! ¡Padre!" (ib., 8,15). Aquí se esconde todo el secreto de nuestro nuevo nacimiento: con el Hijo somos engendrados por el Padre, nuestra creación hunde sus raíces en el eterno engendramiento. Es por lo que tenemos parte, en el Espíritu, en el diálogo divino entre el Padre y su Hijo, la Palabra original en quien todas las cosas hallan su verdad profunda. Este otro pasaje de Pablo nos lo explica con una imagen sencilla y elocuente: lo que pasa en el hombre sólo lo sabe su espíritu; lo mismo que nadie sabe lo que pasa en Dios, sino el Espíritu "que sondea hasta las profundidades de Dios", y es este Espíritu de Dios el que "hemos recibido, para conocer los dones graciosos que Dios nos ha hecho", y este Espíritu es "el pensamiento de Cristo" (1Co 2,1116).
 
Es importante comprender que el Espíritu de Dios se hace uno con la libertad: "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17) y a esta libertad estamos llamados (Gal 5,13). Y porque el Espíritu nos introduce en las profundidades de Dios, nos permite a nosotros, libres hijos de Dios, de situarnos ante él como hombres responsables, nos deja entrar en la libertad del diálogo.
 
"¿Acaso soy un verdugo de Oriente?...
 
Soy como un padre que enseña a nadar a su hijo. / Porque yo mismo soy libre, dice Dios, y he creado al hombre a mi imagen y a mi semejanza. Tal es el misterio, tal es el secreto, tal es el precio. / De toda libertad. / ¡Esta libertad de esta criatura es el más bello reflejo haya en el mundo! / De la Libertad del Creador. Una felicidad de esclavos, una salvación de esclavos, una felicidad sierva, en que queréis que me esto me interese. / Queréis ser amado por los esclavos./ ... Cuando una vez se ha conocido ser amado libremente, las sumisiones ya no tienen ningún gusto. / Las postraciones de los esclavos ya no os dicen nada, ... ya no se tienen ganas de ver / a estos esclavos de Oriente tirados por tierra / A todo lo largo con el vientre en la tierra./ Ser amado libremente, / Nada pesa ese peso, nada pesa este precio. / Es ciertamente mi más grande invención" (Péguy, El misterio de los santos inocentes).
 
Dios quiere ser orado en la libertad, no nos tira como a perros la riqueza de sus dones. Es normal que un hijo pida a su padre que le dé el don que necesita, y recibirá el pescado, no el escorpión, entonces "cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden" (Lc 11,1113). Dios, que ha comenzado por ofrecer a sus hijos la libertad, espera ser orado en la libertad: éste es el don más grande que podía hacer al hombre.
 
El diálogo de la Alianza no se encuentra falsificado por el hecho de la potencia divina, es el amor de Dios el que lo pone en marcha. Y puede crecer convenientemente porque el Espíritu, el "nosotros" divino, nos comunica la actitud del Hijo, nos arranca de nuestra ignorancia y supera nuestra egoísmo. Mientras que, en nuestro estado de criatura, no sabemos cómo formular correctamente nuestras peticiones, "el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables, y Éste (el Padre) que sondea los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu y que su intercesión por los santos corresponde a los designios de Dios" (Rm 8,27). A través de nosotros, Dios habla a Dios.
 
¿No será obligado decir que una oración cristiana, si es verdaderamente cristiana, y que se hace en el Nombre de Jesús, es verdaderamente infalible? El Señor lo dice muchas veces en el Evangelio. Si el trabajo incansable del Espíritu es el más fuerte, el juez inicuo terminará por hacer justicia a la viuda inoportuna (Lc 18,1-7), el amigo dormido, a pesar de todas sus objeciones, dará a aquel que llama el pan que pide (ib. 11,5-8). "Todo lo que pidáis (al Padre) en mi Nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13). "Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, os lo dará" (ib. 15,16). "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre; pedid, y recibiréis... Y no digo que intervendré por vosotros ante el Padre, porque el Padre mismo os ama" (ib. 16,24-26). Más aún: entre la oración y el momento en que ella es escuchada, no hay la sombra de un intervalo, porque el Espíritu ya, en cada caso, ha llenado el espacio entre Dios y aquel que ora. "Es por lo que os digo: todo lo que pidáis en oración, creed que ya lo habéis recibido, y os será concedido" (Mc 11,24). "Si sabemos que nos escucha en sabemos que lo que le pedimos, sabemos que poseemos lo que le hemos pedido" (1Jn 5,15). Evidentemente, el humor de Dios no es cambiado por aquel que ora, por eso se dice expresamente que debemos orar en el Nombre, es decir, con la actitud de Jesús y de su Espíritu, para obtener lo que Dios está dispuesto a dar, lo que es "según su voluntad" (1Jn 5,14). Pero raramente nos damos cuenta que la oración para la fe, la esperanza, la caridad, para la conversión, la mía, la de mis prójimos o de cualquiera, corresponde con certeza a la voluntad de Dios, y que es así infalible. Incluso si Dios es libre de escuchar esta petición ahora o en el momento que le plazca.
 
Un último recordatorio, concerniente al Espíritu: la oración en el Espíritu debe hacerse, y esto lo más tarde después de Pentecostés, católica, es decir universal. El yo, por el que me gusta orar, no es más que una gota de agua en el amor de los hombres innumerables que Dios quiere conducir a su salvación. El cristiano no puede excluir a ningún hombre de la esperanza de salvación, ya que Dios quiere "que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" y que "Jesús se entregó en rescate por todos" (1Tm 2,4-6); igualmente no puede excluir a nadie de su oración; por el contrario, debe, siempre según el espíritu de la Iglesia, incluirlos a todos en sus peticiones personales.
 
Todo "prójimo", incluso el más lejano, es un miembro del Cuerpo de Cristo, le es indispensable, y debe serlo para mí también. La norma puesta por Jesús para nuestro actuar concreto: "lo que hagáis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hacéis", vale también para nuestra oración. Incluso si nos es imposible de enumerarlos a todos en ella, la oración en el Espíritu será católica ni nadie se encuentra voluntariamente excluido".
 
(Balthasar, H. U. von, "Par Lui, avec Lui...", en Communio, ed. francesa, X, 4, juillet-août 1985, pp. 1416).