¿Justos por nosotros mismos? Más bien justificados por pura gracia. Es la doctrina agustiana expuesta en la carta 194.
 
 
"6. Los que ignoran la divina justicia y quieren establecer la propia, no quieren que Él tenga la gloria cuando justifica a los impíos con la gracia gratuita. Cuando se ven acosados por las voces de los hombres piadosos y religiosos que protestan, confiesan que Dios los ayuda a adquirir o retener la justicia, pero de modo que siempre preceda un mérito propio, como queriendo dar por delante para que se lo pague aquel de quien se dijo: “¿Quién le dio a Él primero para que se le devolviera?” Piensan que su mérito va  siempre delante de aquel de quien oyen, o más bien a quien no quieren oír: “Porque de Él, y por Él, y en Él están todas las cosas”
 
La profundidad de la divina sabiduría y ciencia se refiere a las riquezas, y a esas riquezas pertenecen las de la gloria empleadas en los vasos de misericordia que llama a su adopción. Tales riquezas quiere mostrarlas por medio de los vasos de ira, para que fueran terminados para su perdición. ¿Y cuáles son estos caminos misteriosos, sino aquellos de los que se canta en el salmo: “todos los caminos del Señor son misericordia y verdad?” Son, pues, misteriosas su misericordia y su verdad, ya que “se apiada de quien quiere”, y no por justicia, sino por gracia y misericordia; y “endurece a quien quiere”, pero no por iniquidad, sino por verdad del castigo. 
 
Esa misericordia y verdad se ajustan entre sí, como está escrito: “La misericordia y la verdad se encontraron”. De modo que ni la misericordia impide la verdad con que es castigado quien lo merece, ni la verdad impide la misericordia con que es liberado quien no lo merece. ¿De qué méritos propios va a engreírse el que se salva, cuando, si se mirase a sus méritos, sería condenado? ¿Quiere decir eso que los justos no tienen mérito alguno? Lo tienen, pues son justos. Pero no hubo méritos para que fuesen justos; fueron hechos justos cuando fueron justificados, y, como dice el Apóstol, “fueron justificados gratis por la gracia divina”.
 
7. Estos son enemigos y adversarios de la gracia divina. Con todo, Pelagio en el juicio eclesiástico que sufrió en Palestina anatematizó a los que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos. Y lo hizo porque de otro modo no hubiese salido de allí sin haber sido condenado. En cambio, en sus escritos posteriores se dice que se da por méritos esa gracia que tanto se recomienda en la carta del Apóstol a los Romanos, para que desde Roma, en cuanto capital, se difundiese su doctrina por el orbe. Tal es la gracia por la que es justificado el impío, esto es, hecho justo el que antes había sido impío. Por lo tanto, en la recepción de esta gracia no precede mérito alguno, porque a los impíos por sus méritos no se les debe la gracia, sino la pena. Y la gracia no sería gracia si no se diese gratuitamente, si fuese pago de méritos.
 
8. A veces preguntamos a esos innovadores en qué gracia sin méritos precedentes pensaba Pelagio cuando anatematizó a aquellos que dicen que la gracia de Dios se da según nuestros méritos. Y contestan que esa gracia sin méritos precedentes es la naturaleza humana con que fuimos creados. Porque antes de ser no pudimos merecer en absoluto el ser. Los cristianos han de alejar de su corazón esta falacia. Porque el Apóstol no encarecía esta gracia con la que fuimos creados para ser hombres, sino aquella por la que fuimos justificados cuando éramos malos hombres. Esta es la gracia por Jesucristo nuestro Señor. Porque Cristo no murió por quienes no existían para que fuesen creados los hombres, sino por los impíos, para que fuesen justificados. Ya existía el hombre que dijo: “¡Infeliz hombre yo! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor”.
 
9. Pueden decir que la remisión de los pecados es esa gracia que se da sin méritos precedentes. ¿Y qué mérito bueno pueden tener los pecadores? Pero también la remisión de los pecados tiene algún mérito si la fe la consigue. No puede carecer de mérito la fe gracias a la cual decía el publicano: “¡Oh Dios, apiádate de mí, pecador!, y descendió justificado” por mérito de su fiel humildad, porque “quien se humilla será ensalzado”. Sólo nos queda una cosa: la fe, de que toma principio toda justicia, por lo que en el Cantar de los Cantares se le dice a la Iglesia: “Vendrás y pasarás comenzando por la fe”; esa fe, digo, que no depende del libre albedrío humano que los innovadores exaltan, ni de méritos precedentes, ya que por ella empiezan cualesquiera méritos buenos; esa fe hemos de confesar que es un don gratuito de Dios, si pensamos en una gracia verdadera, esto es, sin méritos. Porque, como se lee en la misma carta a los Romanos, “Dios reparte a cada cual una medida de fe”. Las obras buenas las hace el hombre, pero la fe es producida en el hombre, y sin esa fe ningún hombre hace las buenas obras. “Porque todo lo que no proviene de la fe es pecado”.