Hace casi 60 años el presidente Mao ordenó exterminar los gorriones de China para acabar con la hambruna del país porque cada pájaro se comía anualmente 4 kilos de grano almacenado. Según los cálculos del líder supremo, el pogromo de la especie permitiría alimentar a 60.000 compatriotas. De modo que, en el marco del Gran Salto Adelante, la población acabó con ellos, sin tener en cuenta que el gorrión, a la hora de picar entre horas, prefiere la cigarra a la sémola del trigo duro. Y, sobre todo, sin tener en cuenta que la cigarra prefieren la sémola al gorrión. De hecho, la ausencia de estas aves propició una devastadora plaga de langostas que explica la muerte por inanición de millones de chinos. En conclusión, el Gran Salto Adelante era La Yenka.
El Gran Salto Adelante del comunismo siempre es La Yenka. Pero, como es un régimen que sabe meter miedo, en China son pocos los que tienen el coraje de asegurar, no ya que el Gran Timonel no llegaba a lobo de mar, sino siquiera que la solapa ha hecho más por el mundo de la moda que el cuello Mao. Lo que otorga grandeza a la actitud de Liu Xiaobo, disidente chino premiado con el Nobel de la Paz, que acaba de morir en la cárcel de un régimen que aplica a rajatabla la máxima de que quien no piense como él, no debe pensar. ¿Se puede no pensar por decreto? Desde luego que sí. Lo confirma la matanza de insectívoros llevada a cabo por campesinos que aceptaron sustituir la sabiduría del proverbio (el hombre que ama al pájaro ama al loto) por la obediencia.
Por lo contrario, por sustituir la obediencia por la sabiduría, ha muerto Xiaobo, prácticamente olvidado, como un Leopoldo López sin una Lilian cerca y, lo que es peor, sin un ministro de asuntos exteriores español que clame contra la dictadura del proletariado por convertir a Liu en enemigo del pueblo, que viene a ser como convertir a Gento en un enemigo del Madrid sólo porque lo diga Florentino. Rajoy argüirá para sus adentros que Venezuela es un país arruinado y que China es una nación con la que económicamente conviene llevarse bien, pero eso, la supeditación de la ética al dinero, convierte aún en más repugnante el silencio de las democracias occidentales, incapaces de comprender que quien ahora las financia después matará sus gorriones.