No voy a decir que a todos nos pasan cosas, porque eso es una obviedad gilipollas. Hemos venido a este mundo a sufrir y cuanto antes decidamos no ser felices, antes alcanzaremos un cierto grado de felicidad.
 
Enfermamos, pecamos, nos arruinamos, se muere un familiar, se suicida un amigo o tiene cáncer el hijo de una amiga. Desgracias, como en botica, hay de todo tipo y color. Si hubiera otra forma de vivir, sin desgracias, el mismo Dios nos lo hubiera hecho saber y su Hijo no hubiese padecido la muerte en una cruz.
 
Me puedes argumentar que te importa un bledo Dios, su Hijo y su Cruz. Bien. Pégate un tiro: nada te lo impide y es la forma más fácil para dejar de ser infeliz.
 
¿Para qué soportar miserias y sufrimientos si no hay nada más allá de la muerte? Acabemos cuanto antes. Pero aquí todo el mundo es ateo hasta que el avión empieza a caer o hasta que las llamas han llegado a su piso.
 
Si no vas a matarte, solo puedes confiar en ese Dios que te importa un bledo.

De lo contrario, amargarás los años que te quedan de miserable vida a todos los tuyos, con una tristeza que se contagiará durante generaciones; y esto empezará ahora mismo, si no me haces caso.
 
Puedes no hacerme caso y ahogar las penas en whisky: te garantizo que no funciona. Yo lo hice. Me sentó bien incluso en el hígado. Y me sentó mal en la poca conciencia que sobrevivió a los vapores del alcohol.
 
Mátate como Roth con absenta, pero él tuvo la decencia de no insultar al buen Dios.
 
No puedo curar el cáncer de tu mujer. Ni puedo curar tu cabreo. Si, en cambio, te pones en manos de Jesucristo y le dices que estás hasta los cojones, y que lo lleve Él por tí -que llevé Él una vez más el insoportable peso de tu tragedia- entonces Jesucristo, que es Dios, te escuchará y tú sentirás que su yugo es suave y su carga ligera. También lo sé por experiencia.
 
Pero si te resistes, te destruirás. Y el buen Dios llorará con Joseph Roth en la mesa de un bar de París, mientras le sirve otra copa al judío genial y converso.
 
-Joseph, bebe -dice Dios- porque tienes que apurar Mi Cáliz hasta las heces.
 
A ti, amigo, Dios te pide, primero, que aceptes sentarte con Él en Su mesa.
Si no, no podrá servirte aquello que necesitas.
 
Ríndete, como Roth, a tu miseria, hermano.